Lo que hicieron Morante de la Puebla y Roca Rey en Jerez de la Frontera adquirió un interés especial porque enfrente no había monjas franciscanas, sino toros complejos que mantuvieron en vilo a toreros de oro y plata. La corrida de Torrestrella fue difícil, pero eso también es el toreo.
Iba mal la tarde porque el primer toro no humilló y el segundo no tuvo un pase. Morante anduvo bien con uno y a Juan Ortega le amargó la vida el otro. Entonces la tablilla anunció la salida del tercero de la tarde, de apenas 450 kilos de peso, colorao y de pitones finos y acaramelados. Embistió con raza en el capote pero venciéndose, y Roca pudo con él en lances valerosos. Brindó a don Álvaro y pasó por alto a su pupilo muy quieto, imponiendo pronto su ley.
Pero el de Torrestrella no iba a claudicar tan fácil. Encampanado y pidiendo guerra, miró desafiante al torero, que le puso la muleta por delante y le arrancó un par de series imponentes con la mano derecha. En la segunda quiso rematar con un pase por la espalda y el toro le pegó una colada de espanto, avisándole de que no estaba la cosa para cucamonas. Siguió el torero quietísimo y dispuesto, fijando al toro en su muleta, llevándolo, templándolo y dominándolo. La entrega fue absoluta, la tensión se mascó en el ambiente y nadie quitó la vista del ruedo porque nadie, absolutamente nadie, hubiera pensado en ser capaz de hacer lo que estaba haciendo Roca Rey. Faena importantísima de este portentoso torero, y estocada hasta la mano que no fue suficiente. El toro, fiero y duro, se tragó la muerte y Roca falló con el descabello. El público aplaudió a un toro de verdad y ovacionó fuerte a un torero más de verdad todavía.
Salió luego el cuarto toro y Morante paró la tarde en quince muletazos descomunales. Se salió para afuera muy en torero y se colocó en su sitio, que es lo primero que hay que hacer para torear bien. Poco a poco fue encelando al toro en su muleta, y brotaron redondos interminables, lentísimos, rematados hacia dentro, describiendo una media luna estremecedora. Cada uno de ellos costó un mundo, pero qué profundos y qué bellos fueron. Y qué faena más honda, más intensa y más costosa. Y qué dos molinetes más flamencos. Y qué torero más genial y más grande es este José Antonio el de la Puebla.
Le replicó al final otra vez Andrés Roca Rey, que se montó encima del sexto de la tarde en otra faena valentísima, arrancando pases de donde no parecía haberlos, pero frente a un toro que no tenía la viveza y la casta que su primero. Fue un arrimón bestial pero no a la antigua, sino de los modernos, y aunque le dieron una oreja y le pidieron otra, lo importante de verdad había sucedido antes.
A Juan Ortega, un soberbio torero en horas bajas, le pitaron mientras macheteaba a su segundo toro, otro marrajo que pareció peor en sus temblorosas manos, esa es la verdad. Pero esto de las broncas y de los toreros frágiles, aunque los aficionados nuevos crean que no, también es el toreo.