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El toreo pasional y la embestida soñada

Foto: Arjona-Toromedia

A golpe de locuras, con la imaginación saliendo a borbotones, Antonio Ferrera se vació con un toro de embestida honda y templada, un superclase de Victorino Martín hijo de aquel ‘Cobradiezmos’ que hoy pasta como semental. La faena fue con el alma, más que con capote y muleta.

Lo paró ganando terreno hasta los medios con ese capote de color extraño y sin apresto, y ya se vio que el toro, cárdeno claro e hijo de ‘Cobradiezmos’, defendería el honor de su estirpe. También lo advirtió Ferrera, que estaba dando una gran tarde de toros.
Al que abrió corrida, por ejemplo, lo condujo con mando en grandes naturales antes de que la embestida se atascase, y luego se lo dejó llegar a las taleguillas como si enfrente tuviese uno de Domecq.

Rozaría luego el triunfo en el siguiente, otra vez por su pulso de torero bueno con la mano izquierda, esperando la embestida y tirando de ella con ritmo, es verdad que con la figura forzada pero también con un temple magnífico. Arrancó la música, comunicó bien con los tendidos y mató a la primera entrando desde lejos y al paso en una suerte que en mi opinión, así, deja de ser suprema. En la sombra se guardaron los pañuelos.

Todo eso había pasado antes de coger la muleta en ese quinto ejemplar que traía la gloria. Y Ferrera, absorto en su mundo extraño, se dejó ir con un toreo indescifrable, a veces arrebujado, otras abandonado, maravillosamente lento, con la pasión como única bandera. Pinchó quedándose en la cara, salió prendido del trance, agarró la estocada a la segunda y mereció las dos orejas, salvo por sacar a un futbolista vestido de paisano al ruedo de la Maestranza, privilegio que no han tenido toreros rajados de arriba abajo en esta misma plaza, señor Antonio Ferrera.

Mereció otra oreja Miguel Ángel Perera tras su importante faena al sexto de la tarde. Con sus dos primeros oponentes, muy nobles y muy sositos, se juntó el hambre con las ganas de comer, pero en este sexto, que tuvo recorrido y raza, Perera toreó largo y ligado, con mucha limpieza, mando y quietud en una faena truncada en su mitad, cuando el de Victorino se le venció echándole mano, y levantándolo luego a la altura de la espalda. Durísimo el torero, con una voluntad admirable, se tragó el dolor y siguió toreando, ya con el toro menos fuerte, menos emotivo, en una segunda parte de su labor notable y pasada de metraje. La estocada fue de ley pero se valoró más el salto al ruedo del futbolista que la lección de vergüenza torera de aquel hombre. Cuando, a partir de mañana, corra la manzanilla, yo no sé qué va a pasar…

 

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