Morante se viste de roja y gualda dejando frente al buen cuarto toro una de las mejores faenas que se le recuerdan en Madrid. Dos orejas que se quedaron en una por no entrar la espada de forma óptima. Ginés Marín roza el trofeo con un toro suelto que fue de menos a más, y El Juli anduvo firme sin mayor recompensa por lote y aceros. Notable y exigente corrida de Alcurrucén en la muleta.
Solos la muerte y la corona. Quién lo iba a decir, de nuevo la última bala. Soberbio es poco. Se comenta por Sanxenxo que un señor con el pelo ya blanco ha vuelto a pisar suelo español entre cámaras y barcos. Dicen que es el rey, y no sé de que me hablan. Hoy el rey estaba de nuevo en Las Ventas, y no precisamente en un palco, sino vestido de grana y oro pisando el albero, su patria allá donde vaya. Solos, la muerte y la corona.
Quisieron levantarse frente a él el pasado jueves dos mansos de libro de la blanca y encarnada. Su corte, más allá de la frustración, no quiso darle mayor importancia a sabiendas de la última batalla de esta guerra, cuyas armas velaban por hoy. Pero se adivinaba en la expresión del monarca un desconsuelo agravado por la alevosía de quien se podía esperar lo ocurrido, así como la de quien se duele frente a un territorio por conquistar, que siempre se le ha escapado de la punta de la espada.
No hizo por mejorar el panorama el primer asalto, frente a un distraído y cobarde contrincante en la pugna, que rehuyó la batalla con frialdad más propia de la piedra vacía. No había posibilidad de lance. A falta de batalla buscó sin tardar Morante el pasaporte, atragantado hasta encontrarle sitio y hora, hasta decir hasta luego. Nubes negras sobre el trono. Pero quedaba uno.
Y vaya si quedaba uno, una pintura de animal. Colorado, amplio de cuello y hondo como él sólo, serio de serpientes. No quiso definirse ni de primeras ni de segundas, dejando al de la Puebla huérfano de capote. No le favoreció la lidia, exceso de percales, y se presentaba el último baile, sin dejar nada claro. Tras omitir brindis, el cigarrero buscó enroscarse por bajo, templo templado de columnas robustas su hacer, negándose al vacío. Fue el principio de otra guerra: la de los sentidos. Uno no sabe a dónde mirar, si perderse en un ole o atreverse a oler los habanos que cortan el aire, y menos cuando llueven mares de gusto que parece que pueden palparse con las manos. Lo único que estaba claro es que Morante no estaba luchando contra el de los marfiles, sino contra el tiempo. Pues gusten, ni tres compases y ya estaba muerto el reloj. No hay fuego que venza frente a la despaciosidad hecha oro, oro y grana benditos hechos faenar. Vestido de España, Morante de la Puebla estaba sangrando una de sus mejores obras a base de muñeca, desgarro y abandono, danzando bajo la tempestad de la exquisitamente templada bravura de su oponente. Olía a Reconquista, a Imperio más que a Reino. Sabía a Gloria, siendo tanto así que los apetitos no saciaban, gustándose y regustándose sin echar ojo a comensal alguno, ni clarines ni pañuelos. Todo estaba consumado y así lo hizo saber por Real Decreto firmado por un cambio de mano que todavía no ha terminado. Y fue por eso que dolió tanto que el broche fuera de plata. La Tizona cayó un punto caída, y Anubis tuvo que aparecer a golpe de verduguillo. La lágrima cayó en la arena para hacerse tela blanca en los tendidos, que a golpe de sangre en las gargantas clamaban por la corona. Oreja que emborrachó por su soledad, sabiéndose separada de su compañera que se marchó arrastrada. Qué más dará conquistar ladrillos, si los corazones caen rendidos. Madrid se rindió al rey.
Será por semejante borrachera que sufrió de resaca una muy buena faena tapada por la conmoción, de manos de Ginés Marín. Venía de dejar retazos frente a su primero, un animal que prometía rebosándose pero que se perdió a medio camino, apagando las brasas en los últimos lances, que precedieron a una estocada que precisó descabello, a lo que recibió una fuerte ovación. Para cerrar tarde, le salió de toriles otra de esas pinturas tan golosas a la retina como temblorosas a las femorales, dulce pero seria. Más allá de puyazos al relance y un ir y venir distraído, poco se le vio al animal previo a la franela, perdido. No se dio por vencido Marín, desenvainando el cuchillo para ponérselo entre los dientes en busca de su pan. Partiendo desconcertante el burraco, no gustó de inicios ni de mediados, rajándose a cada poco, embriagado con los aires de toriles. No le bajó los brazos Ginés, que a base de rodarlo y cocinarlo en fogones calurosos, se buscó en terrenos del morlaco, y allí se encontró con lo mejor de ambos, levantando oles que parecían ya idos a dormir tras lo vivido en el cuarto, montando un jaleo de quilates por derecho, poniendo la entrega que faltaba, cargando la suerte y atacando sin tapujo. Estocada puso que tardó en hacer muerte, llegando a sonar dos avisos pero finiquitando finalmente. Hubo petición de oreja, de menos a más, como la faena. Pero el presidente no la consideró oportuna.
Más deslucida que la de sus compañeros fue la tarde de El Juli, y no precisamente por su compostura, que fue intachable. Sus fueros son su talismán y más si cabe esta temporada, y también en un último baile buscaba ansiadamente rubricar la buena Feria de San Isidro que nos ha brindado. Su primero fue posiblemente el toro más llamativo a la par que bello de todo el encierro de los Lozano, y prometía por la chispa que se le derramaba desde el principio. Chispa hubo, pero derivó en un genio más desobediente que indomable, al que a pesar de lo incómodo el torero de San Blas tan bien le hizo, con la cruz de la complicación pareja al avance. Sometió todo lo que pudo a la bestia, a la que le faltó matar de mejor manera. Cruceta que se tragó cualquier pañuelo. En su segundo, brindó emotivamente a Emilio De Justo, a quien precisamente sustituía en esta tarde, quien se lo agradeció sinceramente. No cumplió seguramente en justicia el comportamiento del burel, que no tardó en acortar recorridos a pesar de la búsqueda que le emprendió por abajo El Juli. La espada fue ahora la cruz, numerosas entradas y de nuevo descabello. No le quitará esta tarde al madrileño el derecho y el honor de salir con la cabeza bien alta de la Plaza en este San Isidro.
El encierro fue remarcablemente frío en todo tercio salvo en la muleta, donde alumbraron candela en mayor medida que la previamente mostrada todos y cada uno de los toros de Alcurrucén lidiados esta tarde, algunos de mejor forma que otra. El mejor de la tarde fue el cuarto, sin duda, y otro gallo cantaría si el sexto no hubiera acusado tan estrepitosamente su querencia a toriles. Lleno de «no hay billetes», y afortunadamente menos «vivas» de los que uno se podía esperar, y más con Felipe VI en el palco real, a quien acompañaron Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, y Antonio Bañuelos, en calidad de presidente de la Unión de Criadores de Toros de Lidia.
Discúlpenme la extensión, pero es precisamente en tardes como esta en las que: a), la ocasión lo merece; y b), más complicado se hace nombrar lo que uno ha visto. Las mieles del toreo son superiores a las del triunfo, y hoy el rey ha vuelto con todo, sin necesitar más oro que el que viste su cuerpo y su toreo. No salió hoy a hombros Morante. Salió en procesión de la Plaza de Toros de Las Ventas. Lo que a todos nos queda claro es que llegará el día. E imagínense ustedes como puede llegar a ser. A dormir a gusto, o a emborracharse, qué se yo. Pórtense, señoras y señores, como les pida el cuerpo. Porque no cae la noche así todos los días. Sean felices. Verso:
De roja y gualda
Removiendo la entraña
El Rey hizo hoy suspirar a España.
Miércoles, 1 de junio de 2022. Plaza de Toros de Las Ventas (Madrid). Corrida de la Beneficencia. 6 Toros 6, de Alcurrucén, para: Morante de la Puebla, de grana y oro, pitos y oreja; Julián López «El Juli», de berenjena y oro, ovación con saludos y silencio; y Ginés Marín, de azul marino y oro, ovación con saludos y ovación con saludos tras dos avisos.
Incidencias: presidió el festejo S.M el Rey D. Felipe IV desde el Palco Real, en compañía de Dª. Isabel Díaz Ayuso, Presidenta de la Comunidad de Madrid, y D. Antonio Bañuelos, Presidente de la Unión de Criadores de Toros de Lidia.