Diego Ventura, como un martillo pilón, volvió a demostrar que es el mejor; y Morante explicó la diferencia entre torear e intentarlo. Uno mató y salió a hombros. El otro pinchó, pero dejó su aroma.
Tras sacarle el máximo partido a un oponente sin ganas de guerra, impactó Diego Ventura en su enorme faena al cuarto de la tarde, un gran toro de María Guiomar al que templó prodigiosamente. Con ‘Nazarí’, como si el tiempo no pasara por este castaño sideral, toreó de costado con el animal cosido a su montura entre el asombro de los aficionados, que parecían ver magia en aquella sincronización perfecta entre hombre, caballo y toro.
Una caída posterior, ya con ‘Fabuloso’, fue la única nota disonante en su faena, pero la fortuna quiso que todo fuese un susto de los gordos. Luego se metió en los terrenos del toro para terminar de dominarlo, ya junto a su caballo ‘Bronce’, que tiene nervio y valor. Y con ‘Guadiana’ rubricó su excelente obra con un par a dos manos antes de las rosas y el rejón de muerte final. Salió Diego por la Puerta Grande igual que lo hizo el otro día en Jerez de la Frontera. En plena Feria de San Isidro. Ejem, ejem…
Morante llegó a Córdoba con sus juanpedros, esos que dicen que le aburren, y también con su toreo caro, y por ahí la gente lo perdonó. El primero no sirvió pero se lo inventó el maestro. Muy bien colocado y muy dispuesto, aguantó embestidas a media altura por naturales; y dibujó redondos muy puros, salpicando la faena con sus cosas, como algún cambio de mano y dos molinetes ayudados con embrujo. Mató mal pero qué categoría de torero…
Fue superior lo del quinto, que fue un buen toro, y al que toreó por largas de salida preciosas y luego lances de manos altas que la gente no termina de comprender. Galleó por revoleras extrañas, pero airosas, para llevarlo al caballo, y comenzó la faena con ayudados por alto muy quietos y una trincherilla de primor. Le dio distancia entonces al de Juan Pedro, que se arrancó al galope venido arriba, y Morante le ligó dos tandas profundas de seis y el de pecho, intercalando en la última un cambio de mano en la que ya se vio que al toro empezaba a costarle.
Por eso al natural la serie siguiente fue más medida, para que el animal respirase, y recuperado en parte el resuello su enemigo, volvió Morante a la derecha muy firme y muy torero, siempre muy de verdad, que es como es el toreo. Ligó luego el pase de las flores con el de pecho, recordó al Monstruo por manoletinas muy ceñidas y volvió a pinchar entre el desencanto general. Una tarde de tres orejas se quedaba en nada para los estadistas, que no entienden de cantes ni aromas.
También perfumó Pablo Aguado el ambiente con seis lances de seda a su primer toro, que era precioso y tenía clase. Con pulso y sabor, dibujó el sevillano unas verónicas angélicas y luego en la muleta el toro quiso pero no pudo. Y Pablo Aguado, quiso pero no supo. O sea, que en lo poquito que le pudo hacer al toro, no hubo acople. El sexto se paró y hasta terminó echándose, y el público se encargó de recordarle a los toreros y al empresario que, en estos momentos, está hasta las narices de lo de Juan Pedro.