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El don de las cadenas

Guillermo Hermoso de Mendoza corta tres orejas ante un buen encierro de San Pelayo. Andrés Romero da una vuelta al ruedo, y Lea Vicens pierde trofeo con los aceros

Domingo y solana. Caballos y Sevilla. Mañana de enganches, tarde de rejones. El albero se desviste de sus rayas color Maestranza para abrigarse con un aire más de arena. Es una alegría ver a tantos abuelos con sus nietos caminar de la mano las calles de mi ciudad, camino de la Plaza o no. Mi abuelo vio a Manolete, a Arruza, a Dominguín o a Paquirri, que esté en la Gloria, por nombrar a unos pocos. Yo le vi a él. Por mucho que en otros lares prefieran mirar hacia otro lado cuando se les habla de sus mayores, en nuestro país no les soltamos la mano. No hay nada más puro que el amor de un abuelo por sus nietos. Yo tan sólo aspiro a ser capaz de dar mi vida así algún día. Mientras tanto, tocará seguir andando. Recuerden. Nunca se van.

Abrió la tarde Andrés Romero desde la misma puerta de toriles, metido en la boca del lobo. Lentamente hizo por salir el toro del corredor de la muerte. Le aguantó el caballero onubense, dándole unos pasos de distancia para sacarlo de chiqueros, algo distraído el burel, negro de capa, badanudo y gacho de pitones. En el segundo cite, el toro rompió a acometer, a puro galope, detrás del corcel albino, de nombre “Máximo”, cuyos cuartos traseros hacían justicia a su nombre con respecto al ajuste que tenían ambos andares. Arriesgaron ambos caballo y jinete, y en lo que lo llevaba cosido a la trasera el toro tiró varios derrote seguidos, alcanzando la barriga del caballo. Le abrió las carnes, le sacó las tripas. Desconcertante y grotesca la estampa, el caballo en pie, tuvieron que irse ambos al patio de cuadrillas urgentemente. Volvió al rato Andrés Romero a lomos de otro rocín, preparado para colocar el primer rejón de castigo. Lo puso arriba pero atrás. La segunda entrada fue más lucida, de fuera hacia adentro, colocando rejón en sitio. Banderillas. Su faena fue de altas revoluciones, trotándole al burel al sesgo y desde lejos, trayéndoselo a la misma panza de sus caballos. Clavó arriba y a buenas alturas, manteniendo durante su labor la conexión con los tendidos. El toro tenía un punto de emoción notable, ya que alcanzaba de sobra los ritmos del caballero y casi que se lo comía. El problema fueron los derrotes que tiraba una vez se encontraba próximo al engaño, muy expuesto Andrés Romero, que arriesgó de nuevo, viéndose de hecho algún intento más de cornada, quedando en amago por fortuna. Llegó hasta el último palo el toro con fuelle, pero en las cortas quedó algo amorcillado, desgastado por la alta intensidad de la faena. Excesivos lances de capote no facilitaron la extrema unción, poniendo el rejón de muerte algo atravesado, a la media vuelta, tras varios cites sin clavar. Tuvo que descabellar, acertando a la tercera. Fue ovacionado.

El segundo de la tarde iba algo por debajo en cuanto a pitones, negro de capa también. También sobrado de ritmo iba en su ir y venir, al galope en todos los envites. Lea Vicens lo movió con alegría, volviendo al albero maestrante resquicios de la edad de oro del rejoneo de la mano del potente y transmisor galope del toro. Coba le dio por ambos pitones, pintándole con las huellas de las herraduras lo que podrían ser las rayas del albero. Colocó arriba y en el sitio un buen rejón de castigo, sin verle necesario un segundo. Los ojos, atentos, pues se prometía interesante la faena. Comenzó por lo alto el binomio en banderillas, entrando el toro desde donde se le llamase, empleándose en sus devenires. Colocó al quiebro y al sesgo, algunos palos en mejor sitio que otros. Bajó en intensidad aquello un punto, ya que el toro hacía cada vez más por irse a sus terrenos, distrayendo a los ojos del público. No obstante, levantó los aires en las banderillas, clavando arriba, y resucitando por momentos al toro, lo que trajo de vuelta los mares de palma. Fue a por el rejón de muerte, el cual colocó atrás, sin desprenderse el acero de la madera. Intentaron echar al burel los auxiliares haciéndole el trompo de capote, pero ni por esas. ¡Quitarse! Tuvo que descabellar, acertando a la segunda. Saludó una ovación.

Tercero de la tarde. Muy anovillado de cara, más adecuado sería para una novillada sin caballos. Negro de pieles, salió con la rapidez de un disparo apuntando al suelo. Guillermo Hermoso de Mendoza salía a la guerra. Según lo enganchó en jurisdicción, se enredó con él en un torbellino de ascuas y polvo, empleándose el animal por bajo y seguido, codicioso, queriendo rebosarse incluso en el trazo circular que apremiaban las riendas del jinete. Jaleo del bueno. Clavó un rejón de castigo en el sitio, llenándose el caballo de toro y el toro de galope, pisando terrenos muy comprometidos, de adentro, y adornando. Arrancaban las banderillas. Poderoso se mostraba el caballero navarro en cada palo que clavaba, mandando sobre las embestidas del animal, que se moría por emplearse. Hambre tenía Hermoso. Venía a zamparse Sevilla, con la ambición de quien quiere subirse al podio desde la montura. Estructuró su faena de forma que se compensaran las fuerzas del animal con respecto a las suertes que le realizaba. No obstante, el toro siguió embistiendo hasta el final, en un mar de casta. Cuatro banderillas largas clavó, en lo alto, para ir abriendo boca. Sesgo y quiebro, dándose la mano. Banderillas cortas le plantó con la fuerza de las cadenas de Sancho, queriendo coronarse nuevo rey de Navarra. Y remató, sin despeinarse, poniendo un par a dos manos. La Maestranza, de pie. A sellar pasaporte para que Caronte se lo lleve. Le puso un gran rejón de muerte, que lo rodó en cuestión de segundos. Eran suyas las dos orejas del toro.

De nuevo a la cueva de los marfiles se fue a esperar Andrés Romero, ahora con una chaqueta en la mano a modo de engaño. Alivió sin embargo con grandes distancias la salida de su segundo oponente, también negro, mejor puesto de cuerna, badanudo. Salió presto el franciscano, buscando al jamelgo del onubense, apretando. De largo y en largo lo toreó, para ponerle luego un rejón de castigo en buen sitio que a sus ojos bastó. Su faena en palos buscó adornarse en el ajuste que le caracteriza, en el que apuesta pero a veces se excede. Más de un “ay” puso por apuros en los tendidos, pero aprovechó la expectación que generaba con las cercanías para adornar sin menos riesgo, labrando una labor muy meritoria ante un toro que se arrancaba, pero al que había que mandar y a veces obligar llegados a este punto. Piruetas varias le arrancó al toro en su misma cara, haciéndose con la luz y los aplausos. Clavó cortas, ya algo rajado el toro, teniendo que insistirle el jinete, que las puso en buen sitio. Llegó el rejón de muerte. Hizo bien la suerte, pero no logró ejecutar correctamente, poniendo el acero un punto atrás y a medias, agarrado, eso sí. Tuvo que descabellar, acertando a la primera. El público le pidió la oreja, pero el presidente la consideró debidamente excesiva, por lo que no la concedió. Andrés Romero dio una vuelta al ruedo.

No era muy descarado tampoco el quinto, de pitones acucharados, de nuevo negro de pelaje. Próximo, midiendo la acción debidamente, lo llevaba Lea Vicens de salida, haciendo sobre el rápido pero noble galopar del toro, que quería y pedía. Acorde a los cánones puso un rejón de castigo, sesgando con brío, trotando y haciendo trotar, toreando con los aires de la cola del jaco. Se comprometió en banderillas la amazona francesa. Tejera, cachondeíto. Comienza a sonar Suspiros de España. Menos mal que ya enterramos el hacha con nuestros vecinos. Ahora bien, esto en tiempos de Goya hubiera sido de risas mayores. Alguna sonrisilla se me escapó, no les miento, me perdonen Francia y su amazona. Se lo trajo de dentro a afuera y de fuera a adentro, clavando al sesgo con ritmo y cuando avanzó en labores al quiebro, mandando garbosamente, citando y andando con arte. El animal se movía, pero le faltaba ahora una marcha más, lo que hizo perder en transmisión. Dos banderillas cortas puso, pero no levantó con ello muchos ánimos. A pasaportar. Pinchó dos veces, poniendo a la tercera una media estocada algo trasera y no muy efectiva, teniendo que descabellar varias veces. Fue premiada con una ovación.

Cerraba tarde ya cantándose la noche un toro de buenas serpientes, negro, cómo no. De nuevo Guillermo Hermoso de Mendoza sentó el torbellino en el ruedo, batiéndose con las enrazadas embestidas que el toro derramó, llegando a las gentes. El rejón de castigo fue arriba, estructurando en su totalidad y colocándolo en el sitio como punto y seguido a su hacer. La faena partió vibrante. Volandera la muleta del de las crines, enceló al animal de forma que la chispa regaba las arenas siempre que le entraba al embroque. Transmitía, y la gente estaba con él. Comenzó saliendo de los sesgos por los adentros con notable ritmo, para luego poner banderillas al quiebro que llegaron especialmente a los tendidos. Usó mismo modus operandi en estructura, inteligente en orden y planteamiento. El toro rompió al principio, y no se terminó de desgastar, pero se empleó menos en finales. No obstante, no fue excusa para que le pusiera dos buenas banderillas cortas, y luego, para ir cerrando telón, pusiera un par a dos manos, que tras diversos intentos de sesgo logró finalmente colocar. Llegó y puso en pie a los tendidos, pero su faena perdió en remate por las repetidas entradas. Tocaba finiquitar. Pinchó de primeras. Y puso algo más de media después, que hizo muerte. Se le concedió una oreja, que le brindó las llaves de la Puerta del Príncipe.

La corrida de San Pelayo fue brava, algunos toros durando más que otros, pero todos ellos dando opciones. Algunos no estuvieron suficientemente bien presentados por cuerna, sin embargo. El 3º fue uno de ellos, no obstante, fue a la vez el mejor de la tarde en comportamientos. Guillermo Hermoso de Mendoza pegó el puñetazo y abrió la Puerta del Príncipe. La ambición le corre por las venas. Y hoy, logró dejar claro que es alguien más allá de ser hijo de quien es. Y que quiere seguir siéndolo por muchos años. Ilusiona. Andrés Romero estuvo cerca de cortar una oreja, faltándole redondear un punto más para que le saliera el pañuelo, tras una buena faena a su segundo. Lea Vicens perdió trofeo con los aceros, pero anduvo lucida y elegante toda la tarde. La entrada fue de algo más de media plaza.

Al lado de Curro acabo de escribir, y ya es de noche en Sevilla. Aunque su muleta esté hecha de bronce, bien parece que se regodean sus aires en el desplante a toda una ciudad. En sus pies el poder. Que fuéramos grandes ayer no significa que no lo podamos seguir siendo hoy. Mirar queriendo hacia atrás no es sino aliciente para querer seguir adelante. Que no se haga cadena, sino alas. Verso y me voy.

La cadena se hace noche
Para el preso de su mollera,
Para el loco se hace virtud
Y su luz pinta las estrellas.

RESEÑA

Domingo, 26 de septiembre de 2021. Plaza de Toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. 8ª de abono de la Feria de San Miguel. Corrida del arte del rejoneo. 6 Toros 6, de San Pelayo, para:
Andrés Romero, ovación con saludos y vuelta al ruedo tras petición; Lea Vicens, ovación con saludos en ambos; y Guillermo Hermoso de Mendoza, dos orejas y oreja.

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