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Duende

La vida podría resumirse en tres tercios. En una embestida. En lances. En una estocada, en dos pitones, cuna del sueño eterno, puertas de la gloria eterna. En un cuadro de El Bosco. En una pieza de John Coltrane, un quejío al viento de Jerez y la Isla, el Rey de la Luna mora canta.
Somos reflejos de la eternidad, perdidos y encontrados, cautivos y rescatados en la senda hacia la verdadera vida. Somos la vida en la muerte, la luz en el llanto, las esquinas de acero de la Calle Real cuyo horizonte es pintado por pájaros de barro.
Somos tan pequeños, y cuán grandes a la vez. Somos el verso hecho criatura, el arte hecho compás.
La vida pasa, puede que sea un contratiempo, puede que duela. Y en tres tercios, tres, cabe todo y nada a la vez. Fugaz es la existencia, pero el arte es eterno. La sangre, a pesar de su eterno devenir por las callejuelas verdes de nuestros adentros, mana sin cesar de generación en generación. Se fermenta con las arenas del tiempo. Y cae la noche, una y otra vez, y llueve, y sale el Sol de nuevo. Somos nada, y todo.
En tres tercios, tres, en un trincherazo, bajo una montera, se encuentra nuestro sino. La vida y el tiempo se estremecen cual escalofrío ante muñecas de mármol griego que tejen togas de terciopelo, romano éste.
Y cuando mana una lágrima, llueve a raudales, un tendido es hospital del alma, y cárcel de las limitaciones. Soñar nunca fue tan fácil, y hoy, en la noche, no podemos perdernos en una falsa realidad. Vivimos, más que nunca, queremos sentir. Ojalá que nunca dejemos ir a la verdad, reflejada en las luces del cuerpo. Nunca nos lo perdonaríamos.

Por Ricardo Pineda (@ricardo.pineda_ , @lanochecerrada)
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