Si hablamos de cómo está el patio, revuelto es poco. Nueve de marzo del año dos mil veintidós después de Cristo y en éstas andamos, con penas y glorias. La actualidad abofetea al Tancredo del pueblo, que somos nosotros, y sigue poniendo a prueba nuestra credibilidad de surrealismo en surrealismo, y tira porque te toca.
El megavatio pulveriza números históricos rompiendo tejados de paja, y de aquellos lejanos 75 euros que hicieron a los sindicatos y diversos etcéteras volcarse en las calles contra Rajoy, presidente en aquel entonces, pasamos a alcanzar picos diarios en los que el megavatio ahora cuesta, en hora punta ¡605 euros! No se equivocarán si deducen que quienes antes ponían el grito en el Cielo son ahora quienes gobiernan, mal callados, no como calla la Maestranza entre capotazos bien sembrados. Y sigue la cosa. En vez de invertir en energía para abaratar la luz, a la señora de Iglesias, dígase la señora Montero, no se le ocurre mejor idea que destinar ¡veinte mil trescientos diecinueve millones de euros! a, cito sus palabras “impulsar políticas feministas de forma transversal en todas las administraciones”, cómo no, desde su ya famoso “ministerio” de igualdad, que ni nombraremos propiamente al carecer de propiedad. A golpe de charanga camina el rebaño. Y decían que Georgie Dann se había muerto…
El chiste se cuenta sólo, no le voy a quitar yo la gracia por explicárselo a ustedes. Oirán críticas, se van a hartar, y no me extraña. Pero por desgracia, aquí nadie mueve un dedo. Si otro signo fuese el que ocupase el Gobierno de este país, ya hubieran ardido las calles, eso es algo que sabemos todos. Pero no es el caso, y la gente calla, quieta. ¿Por qué?
Es inevitable crear paralelismos entre el mundo del toro y la sociedad de nuestro país en cada tema de actualidad que se plantea, por la sencilla razón de que no son sino reflejo de la sociedad española los tendidos de nuestras plazas, aquí y allá. Y es inevitable sentir miedo, al ver que la revolución se inclina a un sólo signo, tan poco correcta tantas veces, como tan acertada en otras, mientras que se aleja de los tendidos, que se quedan vacíos de rabia, y llenos de florecitas y mariposas podridas por dentro. Aquí nadie mueve un dedo, y viene el Coco de la incoherencia.
Tanto pedir no sirve de nada si no nos partimos el lomo de una vez por todas. Tampoco sirve de nada si no nos dejamos la garganta cuando toque de verdad. Callar está muy bien, pero sólo cuando se torea.
Si no es por la verdad la Fiesta no es nada, y se nos muere entre callares. El inmovilismo mata tanto a este país, como, por consecuente, a sus tendidos. No sólo está en el precio de la luz, también está en el precio de las entradas. No sólo está en los Gobiernos, también en los carteles. Y todo siguen siendo quejas desde el sofá. Nadie baja a coger al toro por los cuernos, como lo hiciera en su día Miguelín, en Las Ventas, frente a la mirada atónita del Cordobés. Muy poquita iniciativa, salvo en repentinos oasis en los que se quiere vislumbrar un resurgir, un resucitar. ¿No podemos renacer? ¿Dónde se nos perdió la revolución? Más preguntas y menos silencio.