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¡Despiértate!

El alicantino cortó una oreja del único toro que destacó en la tarde en la que Juan Ortega se presentó como matador ante su Sevilla, yéndose sin poder tocar pelo al igual que El Fandi

Este domingo no es uno cualquiera. Tras más de dos años de prohibición, Sevilla por fin ve un paso en la calle. Y para ponerle la guinda al pastel, debutó Juan Ortega como matador de toros en la que siempre debería de haber sido su plaza. Más allá de los alberos, Sevilla está volviendo. Dos años se dicen pronto, pero se sufren largo. Estamos aquí, de aquella manera, pero estamos aquí. Por ahí se empieza. No fue una tarde de grandes esplendores, para qué mentirles. Pero cada Cielo tiene su Estrella. Lean y lo comprobarán.

El primero de los de Jandilla era medio de altura, sevillanamente cuajado, astifino sin exceso de remate, pero apto. El Fandi lo recibió con dos soberanas largas de rodillas, siguiendo por verónicas a lo que le andaba hacia los medios, repitiéndolo y ordenándolo sin poder bajarle mucho las manos, pues por el momento escaseó fuerzas en ciertos instantes. Revolera desde la boca de riego, y a seguir. Se desplomaba el toro si se le apetecía, lo que espantaba las luces de cada lance. Llegó el tercio de varas, en el que el toro se descompuso entre puyazos al intentar el quite el diestro granadino, plantándole un variado quite que no tuvo remate por la acusada debilidad del astado. Ambos puyazos fueron de baja intensidad, pero no se le podía exigir más al animal que estaba en el ruedo. Nazaríes las banderillas, estaba el diestro de Granada en suerte para poner los palos. Los tres fueron al sesgo, con ritmo y distancia, demostrando su gran conocimiento de terrenos. Se quedó sin toro en el segundo par, pero lo corrigió en los dos siguientes pareos. Llegó la muleta, brindando al público. Con brío y raza comenzó la obra muletera, mandando sobre el discurrir del animal, exigente de primeras. Al ser de entrada algo brusca a la muleta, pedía poder y valor en cuanto a tragarle en las asperezas, cosa que hizo bien El Fandi, estructurando buenas series por el pitón derecho. Demostró oficio y saber en su manufactura, estando por encima de las circunstancias. Además de con el de los pitones, le tocó lidiar con un público injustamente adormecido, que no quiso apenas verle, al menos en este toro. En lo que el de Jandilla se fue apagando, las protestas se hicieron cada vez mayores, pero el de Granada no se fue sin torear, ni quiso dejarse nada por allí. Se fue a por la espada, poniendo media, caída y algo contraria, que sin embargo valió el morir. El público le silenció.

Salió el segundo toro de la tarde, del hierro filial de la casa, más serio de agujas y similar en tipo al anterior, negro listón. Revuelos levantaron los capotazos de José María Manzanares, por verónicas, cantada cada una con las yemas de los dedos, haciendo péndulo de la cuna de su capote. En el caballo no pudo expresarse suficientemente, clavó pitones en arena con voltereta incluida entre puyazos y tuvo que ponérsele una segunda vara muy sutil. El tercio de banderillas fue puramente de Daniel Duarte, que puso dos pares de libro, haciendo sonar los aplausos del gentío. La faena prometía, ya que el tercio de palos hizo que el toro se viniese arriba, mejorando exponencialmente. Menudos los inicios, caídos de arriba. Lumbreras chispas derrochaba el devenir de entre el toro y la muleta de Manzanares, con un manejo del timón que ni Barbarroja en sus mejores tiempos. El toro iba, pronto y galopante, a lo poco que se le mandaba la orden. Desde lejos, además. Manzanares cargó suerte y bajó manos sabiendo que podía, y le cantó las cuarenta, engallado. El toro dejó sus mejores acometeres por el izquierdo, embistiendo templado pero en bravo, con el defecto de la escasez de fuerzas por contados instantes. Tuvo la transmisión que su anterior hermano no tuvo. Se lo trajo desde donde quiso Manzanares, lo entendió para cuajarlo, ganándole la acción y encajándose en el embroque. Midió también la duración de su faena, ya que el toro estaba marcando finales. Le puso una buena estocada que lo hizo echarse en cuestión de instantes, y llovieron pañuelos. Se le otorgó una oreja, y el toro fue aplaudido en el arrastre.

Como el azabache eran las pieles del terciado y astifino segundo, negro de pieles. Hasta el Giraldillo tembló con el soniquetazo que derramó el capote de Juan Ortega, de “oles” como saetas desde los balcones. Por si a alguien se le había olvidado lo que era Sevilla. Ortega, matando a Cronos. Las manos no eran suyas, eran las que tallaran Juan Bautista Patroni para enjugarle la cara a Jesús con la Cruz al hombro. Hizo de unos segundos de un perdido septiembre la más viva tarde de Jueves Santo en Sevilla. Y a Tejera no le quedó otra que sonarle como una cascada al toreo. Galleó por Chicuelo camino al caballo, lento y clásico, como son los cánones de esto. Allí tomó dos puyazos bien dosificados, sin destacar, la verdad. Andrés Revuelta quemó al fuego en banderillas, poniendo dos grandes pares que le obligaron a saludar desmonterado. Y brindó Ortega a Sevilla. Cómo empezó la cosa… si ustedes lo hubieran visto. Parecía que los suelos se morían a cada paso que les toreaba. Dos series dos, dignas del escenario. Dignas de un Cielo de Murillo. Pena que se desordenase aquello. Se amontonaron ambos, revolviéndose el toro en la muleta según la sentía, costándole al sevillano especialmente ganar la acción, trazar sin enganchones. Dolía la impotencia de lo que parecía que iba a ser aquello. Al menos no se fue sin hacerlo sublimemente por la mano izquierda en muletazos en cuentagotas. Pero no terminó de romper aquello, y el toro siguió rajado. Se dobló con él entonces Ortega, macheteando por bajo previo a la espada. Pinchó hondo y agarrado, tomando el descabello. Tras tres intentos y un aviso, a la cuarta fue la vencida, cayendo el toro. Saludó una fuerte ovación.

Disparado salió el cuarto, más plano de techos y serio de cara, negro también. Apretó en el capote del Fandi de salida, casi por morderlo, lo que le obligó a pasarlo sin mayores aires. Complicó la cosa para el picador en varas, yéndose a los cuartos delanteros y costándole al del castoreño poner la puya en su sitio. No tuvo excesiva brillantez el tercio, y volvieron las banderillas rojas y verdes. Puso los tres pares al sesgo, siendo los dos primeros algo traseros, destacando de entre ellos el último desde el estribo, ya en el sitio, que vino arriba los ánimos. En faena le intentó. El toro no era fácil ni afloraba grandes opciones. Hay quien pensó que sí. Desde mi punto de vista, el cómo se revolvía al entrar al embroque pudo engañar a los ojos, pareciendo que entraba sediento de muleta. Al principio al menos así fue, fraguándole el nazarí series intensas y exigentes, brindando esperanzas. Pero no duró apenas, tornándose esta sed en cobardía, sin ser capaz el toro de responder suficientemente. No fue por no intentarlo, pues El Fandi se puso desde cerca, desde lejos, por arriba y por abajo. Sólo hubo detalles, finalmente, y no pudo explayarse lo más mínimo con el toro, matándolo de una estocada caída, que hizo muerte en breves. Palmas.

Violento salía el enlotado en quinto, negro, caribello y seriamente fino de serpientes. Manzanares tuvo que bregarlo desde el pragmatismo, dejando algún que otro lance de “ay”. No iba muy sobrado de fuerzas, por lo que los puyazos no pudieron ser de gran intensidad. Perdió por momentos las manos el animal, pero se recompuso en banderillas, gracias a la buena lidia de los hombres del alicantino. Comenzó sus labores dispuesto, sabedor de que la faena iba a basarse en lo que él pusiera más allá del toro, que sólo destacaba en obediencia, pero cuyo comportamiento era más bien plano. Lo metió en muleta y lo hizo mucho mejor de lo que era, mandándole por encima de su falta de raza. Tomó su brusquedad espontánea para hacerla ritmo, usando el toque como arma para ligarlo. No llegó sin embargo a los tendidos su hacer, que callaron, aplaudiendo desde el estricto protocolo. Puso el acero un punto tendido, pero suficiente en efectividad, lo que lo echó. Saludó una ovación.

El sexto y último era colorado, en la línea de los toros que salen de esta casa con esta capa, bello de cara, bien armado de pitones. Contados con los de una mano los que Ortega le pudo estirar bien al animal, al que no era fácil ganarle la acción u ordenarle las embestidas. La pelea en el caballo fue muy discreta sin ser corta, dormida en respuesta. Difícil en banderillas, tuvo que pasar con cuatro palos más sufridos que puestos. Brindó Juan Ortega a Chicuelo hijo, presente en la barrera. Comenzó buscándole razones a un burel que ya estaba algo amorcillado de primeras. No era fácil, y menos con la presión de la casi indiferencia del público ya distraído tras el conjunto de la tarde. Con la muleta próxima al hocico, hizo por andarle al animal, que se movía con dificultades, adormecidamente. Poco se podía hacer allí. Honesto estuvo Juan Ortega, sin duda. Mostró al personal el material pertinente y se fue a por la espada. La puso bien en altura, quizás algo trasera, pero sirviendo sin tardanza. Saludó una ovación. Ya le verá Sevilla.

El encierro de Jandilla salió bien presentado, pero escaso de fuerzas, sólo destacando un buen segundo toro, pronto y transmisor, con el que José María Manzanares dejó la mejor faena de la tarde, cortando una oreja. Dispuesto se mostró en su conjunto de la tarde, mandando a otro toro que nada tuvo. El Fandi dejó sus mejores pasajes con el primero de la tarde, cuya falta de transmisión hizo que el público le castigase injustamente con la indiferencia. De Juan Ortega, a quien se le esperaba como a los naranjos en flor, se pudo disfrutar de un capote al alcance de muy pocos, y sin más que detalles que no pudieron redondearse en la muleta. La entrada hoy fue de un poco más de media plaza según lo permitido.

No puedo cerrar la tarde en otro lado que no sea Santa Marina, de donde sale hoy María hecha Pastora. Llámenme incienso, pero no todos los días puede uno oler en la misma jornada a albero mojado para embriagarse luego en incienso. Soy feliz, lo somos los sevillanos. No es un dame pan y dime tonto, como algunos puedan pensar. Lo que sí que sé es que esto ya no hay quien lo pare. Dígase a la calle. Mi verso y hasta el martes:

Pastora de entrañas sin rumbo
De azules sin dueño ni techo
No habrá nunca cosa en el mundo
Como sentir a las almas latiendo.

RESEÑA

Domingo, 19 de septiembre de 2021. Plaza de Toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. 2ª de abono. 6 Toros 6, de Jandilla y Vegahermosa, para
David FandilaEl Fandi”, de corinto y oro, silencio y palmas; José María Manzanares, de gris plomo y oro, oreja y ovación con saludos; Juan Ortega, de verde Macarena y oro, ovación con saludos tras aviso y ovación con saludos.

Incidencias: 2º de abono de la Feria de San Miguel. Saludaron sendas ovaciones tras banderillear Daniel Duarte en el 2º y Andrés Revuelta en el 3º.

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