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De Justo y el Duende

Emilio De Justo se alza en el toreo tras cortar tres orejas ante una gran corrida de toros de D. Victoriano del Río. Antonio Ferrera se va de vacío dejando detalles ante su lote

El sentir que persistes incita a vivir. Todo quien respira precisa de Esperanza para ello. ¿Cómo si no pasar del calor en la oscuridad, sin saber del buen rumbo? Madrid, te me has vuelto, en peregrinaje, a tu ladrillo y tu azulejo. A tu Fiesta, la verdadera Fiesta de todos, o como quieran llamarlos, me da igual. Haces que la vida esté más viva. Que el andar sea menos arduo. Ojalá y que no sea un visto y no visto, y que vuelvas para no volver a irte. Pues te queremos como a nuestro existir. Hoy hay Toros en Las Ventas. Y qué menos que arreglarse un poquito.

El primer morlaco, casi alado de cuerna, de prominente y alta figura, de Pamplona más bien, era del hierro de Cortés, negro de pieles, hondo de badana. Antonio Ferrera lo lanceó con maneras pragmáticas, pues los apretones hacia adentro del burel no permitían adorno. Lo sacó a la periferia de las rayas, donde quedó parado. En el caballo, el bochorno. El toro manseaba según notaba la vara en lo alto, por lo que fueron fugaces sus dos primeros encuentros con el peto. Quiso que entrara de nuevo Ferrera, y no encontró mejor idea que hacer que su varilarguero se fuese ¡a los medios! a picarlo, cuando la bestia se encontraba pegada a tablas. En fin, que se le puso la tercera (única que no fue de picotazo) llegando incluso a una cuarta. Incomprensiblemente, se ovacionó a Aitor Sánchez por su actuación sobre el corcel. Siguiendo con banderillas, el tercio fue lucido en líneas generales. La faena de Ferrera fue intermitente en el dominio del bravo toro, ya que el toro se erigía como tótem cada vez que le ganaba la acción a la tela del matador. Lo tuvo por momentos, llevándolo por bajo y componiendo con todo el cuerpo, encajado. Pero no consiguió ver del todo al burel. Pedía menos mano baja y más mando, así como mayor agilidad en la acción. La tuvo por momentos, momentos en los que Antonio Ferrera se sintió francamente a gusto. Quiso hacerle su famosa suerte de largo con la espada, pero no era el toro para ello, iba con la cara por las nubes. Terminó por ser una estocada deficiente que hizo guardia notablemente, a lo que en una segunda entrada le puso media caída y algo contraria, que bastó sin embargo. Palmas a Ferrera y al toro.

El segundo era más plano de cielos, negro también, del hierro titular éste, un puntito veleto, ancho y amplio de vitola, más bajo que su hermano, sobre todo de cara. El recibo capotero sembró luces, genuflexo, ganando terrenos de dentro hacia afuera, prosiguiendo con chicuelinas ya llegado a los medios, y rematando con dos buenas medias. El tercio de varas comenzó con un encontronazo entre el picador que guardaba la puerta y el pronto toro, que se fue a por él, tomando un buen puyazo. Luego entró en jurisdicción de su correspondiente piquero, recibiendo otra buena vara, con el único defecto de la pérdida de manos en ambos encuentros nada más llegarles. Malo y justamente resolutivo fue algún sesgo en palos, pero pasó. En la muleta se pudo ver a un toro bravo, que pedía aire y espacio. De Justo no se la dio hasta ya entrada la faena, lo que le restó en toro. A pesar de ese aspecto, dejó constancia de su disposición en un compromiso como el de la fecha, y dejó pasajes torerísimos que llegaron en gran medida a los tendidos, con un gran toreo al natural, bebiendo de la panza de la muleta, toreo de bamba y encaje, así como grandes series a pies juntos dando el pecho que sintonizaron el «ole»en los tendidos. Todo ello, unido a una gran estocada, le sirvió para ganarse una oreja.

Una pintura el burraco tercero de la tarde, parecía de Bilbao más bien (lo agradece un servidor), por arboladura y raíces. El capote fue algo desordenado pero garboso, muy diversos lances y una buena media, que hizo de testigo de la faceta artista de Antonio Ferrera. En el caballo perdió las manos como su hermano, pero dio buena pelea, empujando de riñones. La lidia se armó de caoticismo en banderillas, con muchas entradas y pocos palos puestos. Terminó por pasar con sólo cuatro puestas. Llegados a la faena, Ferrera hizo por sacarse al toro de rayas. Terminó pegado a las tablas del 4, allá por donde una noche de verano como la de hoy se hizo una vez el silencio. Una vez allí, manufacturó su mayor obra en la tarde, con un toro más complicado que tenía un punto de rajado, siendo quizás el de menos opciones de la tarde. El de Badajoz se metió entre sus pitones, se arrimó y le arrancó series en las que volvía a nacer el aplauso, con buen toreo, erguido, por arriba y por abajo. Se dobló con él cuando ya nada le quedaba, decimonónicas las manos. Quiso de nuevo hacer su suerte con la espada, y no tuvo mucha suerte. Le propinó una estocada algo caída que terminó por hacer muerte. Palmas saludadas desde el callejón.

Más bajo y largo que los anteriores era el negro cuarto, astifino como él sólo, armónico en su seriedad. Lo lanceó sin mayores luces Emilio De Justo con la tela esclavinada. En el caballo, cumplió con creces, empujando con fuerza en ambos encuentros, acudiendo sin miramientos. En banderillas, volvió el caos. El 7 estaba de fiesta en medio del desastre. Recordando a la Fiesta que hay camino ya que la exigencia, al menos en su nación de cemento, sigue viva. ¡Larga vida al talibanato! Y comenzó la muleta, la rodilla de Emilio De Justo flexionada ante su suerte. Abandonarse ante las guadañas es el propósito final de todo quien se viste de luces. Y nada más que existían De Justo y el toro. Y menudos los dos. El toro, un cielo de raza, que llovía poder, sentimiento y potencia a cada vez que se arrancaba. El torero, en figura, poderoso, mandándole por abajo, lento, así como con ritmo cuando así se terciaba, haciendo lo que le pidiese, a la vez que le contaba su Verdad, ligándolo y pudiéndole. Hizo grande a las cosas más pequeñas, hizo pequeño a lo más grande. Un recital de toreo grande, del que une y ama. De los que levanta a Madrid del asiento. Se fue a por la Tizona, y menuda le hizo. Rodó como una cerradura nueva. Madrid le entregó a Emilio De Justo las dos orejas del astado, al que le pidió la vuelta al ruedo. «Duende» se llamaba, con el 101 en su piel.

Algo suelto salió el quinto, pintado con el negro de la noche, finísimo de agujas, bajo y un punto fino pero fibroso y apretado de carnes. Poco o nada tuvo de capote más allá de la mera prueba por ambos pitones que le recetó Ferrera. En el tercio de picar acudió pronto al corcel, y luchó con heráldica raza  ambos puyazos, expresándose, haciéndose grande ante el del castoreño. Grandeza de Antonio Chacón, sublime con los palos, poniendo dos pares que pusieron a Las Ventas de pie. La muleta fue un visto y no visto, no se vio toro ni Ferrera. No llegó ni un ápice a los tendidos, que merodeaban aburridamente el ojo ya que consideraban aquello casi la nada ante lo que se había vivido hace minutos. Una pena, pero así son las cosas. Abrevió el torero en medio de la resaca. Puso varios pinchazos, alguno hondo y remató con el descabello. Silencio.

Y si rebosaban trapío desde el primero los del hierro de la «Y», no iba a ser menos el último de la tarde, con dos pitones manieristas como poco, bien podrían ser columnas del Partenón de Atenas, ahora bien, finos como el tallo de un clavel. Parecía sacado de una litografía de La Lidia, de esas de Daniel Perea. Y Madrid se puso de pie, sólo con su estampa. De capote no quiso entrar en exceso, apretaba y exigía. En el caballo se le maltrató, sin tapujo que valga: bastaba con las dos varas que tomó del que guardaba la puerta. Fueron intensas ambas, como debe de ser, pero la tercera sobró sin duda alguna, siendo además la más intensa de todas. Las banderillas fueron dispares pero la luz se abrió paso, con dos últimos buenos pares. Llegó la pañosa y De Justo con ella. En medio de cierto desgaste del animal propiciado por el mal trato en el caballo, el diestro salió con el corazón en un puño, dispuesto a vivirlo. No era su tarde como para irse con mal sabor de boca, y, aun algo justo de fondo, ahí seguían habiendo dos velas monumentales que le esperaban, así como el público de Madrid. El trasteo comenzó siendo de búsqueda, un intento algo incierto de hacerse con él. A las dos series lo vio. Y vaya que si lo tuvo. Grabó a fuego su nombre en las pieles del colorado, como quien con camperos haceres cuenta el herradero, y rugió Madrid. Entre los pitones, cuando por un momento parecía que su tarde había tocado techo, se volvió a abandonar ante la sombra de la muerte. Hay que tener valor. Y más si la sombra inunda los alberos. En su justa y propia medida, metió a la inmensidad en su muleta, haciéndose su dueño, aprovechando lo que le ofrecía, que era más que antes ahora, pues el franciscano estaba venido arriba. Y la mano, baja, derramando el alma. El acero en la mano, lo puso entero pero algo delantero, por lo que el toro vendió su muerte aún mas cara de lo que el «Victoriano» acostumbra. Tuvo que descabellar el torero extremeño, y a la tercera fue la vencida. Se le fue la peluda pero no los aires, y Madrid seguía con él. Le esperaban nada más y nada menos que las Puertas del Cielo. Palmas a un torero, que saludó victorioso.

Gran corrida de toros de D. Victoriano del Río. La bravura hizo la suerte de su ganado, impecablemente presentado, lo que es la seriedad justificada. Destacó, cómo no, por encima de todos los demás, «Duende», el n°101, cuarto de la tarde. También ofrecieron opciones 1°, 2° y 6°, otra hubiera sido la suerte de este toro si el trato en el tercio de picar hubiera sido distinto. La tarde fue, sin duda alguna, de Emilio De Justo. Le dio la mano a Madrid y caminó su senda. Las faenas a su segundo y tercero fueron el maná de la tarde, sin olvidar la faena a su primero. Puñetazo enorme en la mesa del torero de Cáceres, que cada vez para más gente, es figura del toreo. Volvió a ganar Madrid. Así como la Fiesta. Ferrera no estuvo excesivamente acertado, destacando su faena al tercero de la tarde y pasajes en su labor con el primero. No hizo justicia la tarde al torero que es, de eso no le cabe duda a nadie. Gran ambiente hoy en los tendidos, que registraron un «no hay billetes» según lo establecido. Ahora, a organizar festejos, o a ahuecar el ala. A Las Ventas hay que honrarle como lo que es: una plaza de temporada, La Plaza de temporada. De nada sirve el paripé.

Madrid me abraza. Es de noche, y la tengo a mi lado. Parece que no se irá nunca, y posiblemente, no nos veamos hasta dentro de un tiempo. Qué sé yo. Confío en el camino. Al igual que deberíamos de hacer todos. Al fin y al cabo, en esta vida, nada es casualidad. Y menos mi verso:

Bandera del Pueblo,
Del Pobre y del Rico,
De dioses y hombres,
De verbos vocablo,

Eterna es tu noche,
Sin fin tu legado,
Y no existe el alma
Sin estar tú a su lado.

RESEÑA DE MADRID

Domingo, 4 de julio de 2021. Plaza de Toros de Las Ventas (Madrid). 6 Toros 6, de D. Victoriano del Río y Toros de Cortés para Antonio Ferrera, de verde Esperanza y oro, palmas, palmas y silencio; y Emilio De Justo, de azul pavo y oro, oreja, dos orejas y ovación con saludos. Actúa como sobresaliente Álvaro De La Calle.

Incidencias: se guardó un minuto de silencio por las víctimas de la Pandemia. Se desmonteró Antonio Chacón tras su buen pareo al 5° de la tarde. También fue ovacionado Aitor Sánchez tras el tercio de varas del 1°. El cuarto toro de la tarde, de nombre «Duende», herrado con el n°101, fue premiado con la vuelta al ruedo.

 

 

 

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