“El hombre puso nombre a los animales/ Al cocodrilo le llamó cocodrilo/porque en el Nilo, nadaban con estilo/ Al diplodocus le puso diplodocus/porque ya entonces quedaban pocus/ Vio un bicho nadando por el Canal de Suez y le puso pez ¡qué gilipollez!/…A las ladillas les puso ladillas/por lo que pican, cuando las pillas/ Y al que se adapta a cada situación, le puso camaleón…”
(Bob Dylan/Joaquín Sabina)
Apenas diez días después de la entrada en vigor de los preámbulos de la – aún en trámite – Ley de Protección de los Animales en la que, entre otras cosas, se declara a estos como “seres sintientes, un Banco publica ¡allez hop! una encuesta en la que españoles y españolas todos y todas se adhieren muy mayoritariamente a la causa, dejando la tauromaquia, la caza, el circo y los abrigos de pieles como usos y costumbres ya superados por una sociedad en camino de salvación hacia el amor fraterno entre humanos y animales.
Como quien esto firma no es experto en nada- ni siquiera en vinos, pese al empeño- remito al lector o lectora a los clásicos, entre ellos el filósofo Francis Wolff, quien se ha ocupado larga y sabiamente del tema en artículos y libros, entre estos “Filosofía de las corridas de toros”, editado en 2008 por Ed. Bellaterra, radicada en Barcelona y cuya (magnífica y prolija) colección de tauromaquia dejó de existir hace tres años. Entre otras cosas porque los/as aficionados/as tampoco pusieron de su parte para que fuera, cuanto menos, sostenible. Pero esa es otra historia.
Volviendo a la encuesta de marras, de ella se colige, entre otros muchos porcentajes sobre distintos aspectos que conciernen a la relación humanos-animales, como el miedo, el dolor, las emociones, el placer, ¡dignidad!…que los equiparan (sic) con los humanos, de los que se deduce que estos “tienen la obligación moral de velar por los animales, sean estos domésticos o salvajes” y que ha llevado a los poderes políticos- siempre tan sensibles a escuchar al pueblo, ya saben- a promulgar leyes , ordenanzas y/o prohibiciones que recogen tales sensibilidades y que desembocarán, en breve plazo, en una Ley de Bienestar Animal ad hoc.
A ello se añade, también según la encuesta, que esa minoría disidente, la de los aficionados a los toros, la caza, el circo, la experimentación clínica con animales o los abrigos de pieles es “mayoritariamente gente mayor, hombres- ¡ah! el patriarcado, fuente de todos los males- y – faltaría más- de derechas”.
Y, como colofón, las declaraciones del Ministro de Consumo, Alberto Garzón, sobre las macro granjas y la calidad de la carne.
A todo esto, los taurinos…
Los taurinos andan en sus asuntos, con la temporada 2022 ya a punto de abrir sus puertas en Valdemorillo y Olivenza y las posteriores y relumbrantes ferias que se anuncian, si esa cosa que- dicen- “ha venido para quedarse” lo permite.
Y en esas primeras ferias, de su composición, se intuye que poco va a cambiar en el habitual reparto de cromos, las presencias y ausencias más allá de méritos o deméritos contraídos. Los taurinos, termino tan vago como definitorio, van a lo suyo, que no siempre casa con lo que sería pertinente. Y, digo yo, si incluso en circunstancias nunca vistas hasta ahora, que ellos mismos están pagando en sus propias carnes- léase bolsillos- son capaces de dar un golpe de timón, me temo que el rumbo lleva a la tormenta perfecta y el sálvese quien pueda.
Un ejemplo calentito: a la adjudicación de la gestión de la zaragozana Plaza de la Misericordia se presentan ¡siete! empresas, dispuestas a entrar en una subasta al mejor postor y que salga el sol por el Moncayo.
Eso sí, la tauromaquia también saldrá a la calle en la manifestación convocada para justo de aquí un mes en Madrid por la “España rural”, de agricultores, ganaderos, cazadores…y a la que- me temo- algunos se apuntarán buscando rentabilidades políticas y electoralistas de las que después si te he visto no me acuerdo y que en el caso concreto de la tauromaquia no harán más que reforzar el distorsionado y habitual discurso que la asocia con, precisamente, determinadas conclusiones de la referida encuesta.
Menos mal que siempre nos quedará Bergamín: “ Los que compadecen al toro, le agravian mucho más y, peor, que los que le hieren y le matan. El único insulto para el toro es la compasión”.
Paco March