Rompió plaza un toro de El Puerto lleno y con kilos, con cara torera y expresión, definido ya de salida. Embistió con ritmo en el percal de Dávila Miura, que lo cuajó de salida con el percal, verónicas templadas y tersas, cadencioso, hasta la boca de riego. La media, superior. Buen tercio de banderillas de Ángel Otero y Pascual Mellinas. Comenzó con la diestra, el sevillano, muy centrado y con aplomo, sometiendo al animal, que tuvo clase y ritmo por el derecho, haciendo el avión. Dávila lo toreó con rotundidad y mucha verdad. Los pases de pecho, marca de la casa, inconfundibles. Menos claro por el izquierdo. Perdió pie cuando estaba toreando al natural al arrastrarlo con los cuartos traseros y el toro hizo por él. Fuerte paliza, ensañado con el torero. Lo levantó además de feísima manera por el estómago. La taleguilla, hecha jirones y varios cortes en la cara. Volvió a la cara para estoquearlo de pinchazo y buena estocada. Oreja de ley, que paseó antes de ir a la enfermería.
Salió Dávila Miura repuesto de la enfermería, aunque con varios cortes en el rostro visibles, para lidiar al bastito cuarto, que fue un toro de gran expresión por delante, engatillado y estrecho de sienes, muy torero, algo suelto de carnes, pero con entidad. Se pudo estirar a la verónica, a pesar de que manseó lo suyo y barbeó las tablas. Eso sí, cuando embistió lo hizo con mucha clase, descolgando en la muleta del sevillano, que lo toreó con gusto y cierto relajo. Volvió a brillar en ron toreo en redondo y en esos pases de pecho largos y a la hombrera contraria, tan habituales en toda su trayectoria como torero. Lástima del pinchazo previo a la estocada, porque hubo petición, que no atendió el palco. Vuelta al ruedo.