Ginés Marín y Álvaro Lorenzo torean bien y no se meten con nadie, y además tienen pinta de ducharse todos los días. Son, de no haber vicios ocultos que les acompañen, unos chicos buenos; los yernos que padres y madres de media España querrían para sus hijas.
Esto, según los analistas, es un hándicap para ser figura del toreo. No pocas veces se les ha achacado que no pongan cara de criminal de guerra frente al toro, que no miren al público con ojos desencajados, que no insulten a los banderilleros, que no se encaren con la Prensa más incisiva, si es que queda ya algo de ella. Y se les ha afeado todo ello porque hay quienes ven en este rosario de ademanes claros síntomas de ambición y de casta. No hagan caso: cuando las mandíbulas se tensan y los globos oculares parecen salirse de las órbitas, la única razón es el miedo.
Esta tarde Ginés Marín brindaba su faena a Paco Camino a través de los micrófonos del Canal Toros mientras la cuadrilla no lograba retener al animal, que se le arrancaba en un terreno comprometido, junto a las tablas y con la muleta sin montar. Sin un solo aspaviento pasó al toro un par de veces, no le echó la culpa a ningún banderillero, remató su brindis y se puso a torear. Enseguida el toro le atravesó el muslo y luego lo lanzó contra el suelo. Ensangrentado, se levantó sin mirarse y siguió toreando mientras toda la taleguilla se le teñía de sangre.
Por su carne rota volvían a pasar los pitones del toro, el más difícil de la buena corrida de El Parralejo, pero él no hacía ni el más insignificante gesto de dolor pese a la hemorragia y a su cada vez más visible cojera. Se tiró a matar por derecho y sólo cuando cayó el toro y recogió la ovación del público, se marchó a la enfermería, haciéndolo por su propio pie.
Mientras lo operaban, toreaba con gusto Álvaro Lorenzo al quinto de la tarde. Había aceptado la sustitución de Emilio de Justo tras la cornada y oreja que obtuvo hace una semana, y en las redes sociales había un clamor absoluto en contra del toledano, al parecer, un ser indigno de ocupar ese puesto. Recordaba yo aquellos tuits implacables mientras Álvaro se pasaba por la faja a ese quinto toro, y lo hacía con la herida aún fresca pero con la serenidad y excelentes maneras que suelen acompañarle. La estocada fue colosal y la oreja cortada, de ley.
Si la decisión de Álvaro Lorenzo, y su posterior triunfo, hubiera tenido como protagonista a una figura del toreo, inmediatamente se pondría como ejemplo y, por supuesto, como explicación a las hectáreas de dehesa, coches de alta gama, locales comerciales, viviendas de lujo y millones de euros atesorados por el torero en cuestión. Y si la gesta de Ginés Marín hubiera sido protagonizada por cualquier torero de esos que basan su tauromaquia en la gesticulación y el exceso, entonces el drama perpetrado hubiese sido de aúpa, y los cantares de gesta en honor al héroe inundarían las redes sociales.
Pero lo han hecho dos chicos buenos, rompiendo así una serie de tópicos manidos y absurdos que, en realidad, insisten en confundir la velocidad con el tocino. Tópicos que, por desgracia, quedarán sólo aparcados temporalmente. Hoy habrá reconocimiento unánime, pero mañana por la tarde les diremos que oliendo a Nenuco no se puede ser figura del toreo.