Calerito dio una solitaria vuelta al ruedo ante el único novillo con opciones de un encierro mansamente imposible de Doña Rocío de la Cámara. Manuel Diosleguarde y Jorge Martínez anduvieron firmes con los peores lotes
Cuando la dicha es buena, paciencia y temple deben de ser la bandera del ser justo. Ahora bien, hay lluvias que no escampan. Si algo me han enseñado los tres novilleros hoy anunciados en Sevilla es a no volver la cara ante la propia muerte, cuya sombra se alarga más en la mente que en las manos de uno si se le coge por los cuernos. Ha sido una tarde de papeleta tras otra, una bala de seis, y una diana en la pared. De no bajar los brazos, de mirarse las espaldas. Caminar sobre ascuas puede ser el camino. Pero desde dentro, los ojos no ven.
Fina y bella, andalucísima era la estampa del primer utrero de la tarde, del hierro titular, sardo y astifino, de juventud armoniosa. No quiso ni los buenos días de salida, dejando hambriento al capote de “Calerito”, que poco lance pudo arrancarle. Suelto se iba de cada capotazo, cada cual le costaba atender. Al menos empujó en el caballo, casi sentado, metiendo intensa y lucidamente los riñones en dos exigentes puyazos, tras los que no se descompuso. Complicó sin despeinarse las labores de banderilleo, tardando en entrar en ambos capotes y sesgos, para luego irse al pecho de quien le llamaba, tirando derrotes, buscando carne en su zig-zag, que helaba la sangre. Pintaba a papeleta para Calerito. Brindó el novel a su Sevilla, y se tuvo que ir a por el reservón y defensivo animal, que se había asentado poco más allá de los medios, escasamente dispuesto a mostrar en sí alguna opción. A base de insistirle, Calerito labró una faena que, aun siendo totalmente falta de transmisión, tuvo gran mérito, arrancándole muletazos que hasta hace bien poco parecían imposibles. Consiguió ordenar lo que hace momentos parecía ingobernable, limándole asperezas. Sin embargo, no tenía apenas fondo el animal, cuya falta de raza y compás sembró la imposibilidad de partir labores de vuelo mayor. Igual que pases arrancó palmas, que consolaron su justificación ante un mar sin agua. Con la espada pinchó primero para poner una estocada entera pero atravesada, que requirió descabellar, acertando a la primera. Saludó una ovación, recibiendo el toro pitos en el arrastre.
Ensillado, alto de cara y de lomos era el negro segundo, también del hierro de Doña Rocío de la Cámara, que sin ser muy descarado, portaba dos esbeltos y finos marfiles que aportaban sobre su buena nota de seriedad. No fue fácil para Manuel Diosleguarde estructurarle un recibo más allá de algún lance bien estirado, teniendo que lancearle en su dificultoso compás. Empujó en ambos puyazos, entrando reservón pero finalmente con fuerza al peto, donde se le picó de cerca e intenso.
Tras las varas intentó el quite Jorge Martínez, acudiéndole el novillo a su pecho en las dos intentonas, apalizándole sin engancharlo. Hizo pasar un trago durante su lidia y brega en el tercio de palos, la cual consiguieron manufacturar los banderilleros. Llegaba el faenar. Sabedor de lo que hacía, Diosleguarde tocó las teclas que mejor le sonaban al animal para hacerlo repetir en su muleta. Buenas series estructuró. Ligó faltándole mandar un punto más en terrenos, los cuales fueron mayormente marcados por las querencias del animal. Ponían el ole en la boca sus muletazos, pero el público se mostró algo frío con él aun así. No terminó tampoco de romper plenamente la faena, a pesar de los lucidos pasajes que consiguió esculpirle casi persiguiendo al novillo en lo que se rajaba camino a tablas. Medianamente hizo por meter cara en la muleta del charro en algunos momentos, sin hacerlo tampoco notablemente. Pero no terminó de romper. Era el turno de la tizona. Puso un pinchazo y una estocada, tras lo que saludó una ovación.
Corniacucharado, ancho y fino de astas era el tercero que salió de toriles, negro, éste del hierro de Cortijo de la Sierra.
En el peto su pelea fue violenta, cabecera, y sin aguantar excesivamente la compostura (cayó en los bajos del caballo), aguantando sin embargo las miradas, vendiendo carísima cada una de sus entradas. Lo quitó Calerito por garbosas chicuelinas. Caótico tornó el tercio de banderillas con su forma de acometer, arrollando más que embistiendo. Comenzó lo de muleta. Brindó Jorge Martínez a su hermano. Hay que tener valor. De los primeros embestires sacó a relucir maneras, repitiendo el animal en su pañosa. Pero comenzó a irse el toro por la calle abajo, quedándose en mucho menos de lo que Jorge Martínez hizo vérsele de salidas, con la única constante de la nula humillación. A partir de ese punto, el toro sólo quiso acularse en tablas, defendiéndose con mansas maneras, arrollando más que embistiendo. En éstas, Martínez se metió entre sus pitones, dispuesto a poner lo que su oponente le estaba haciendo por quitar. Y me repito, hay que tener valor, y este torero lo tiene. A lo que el toro hacía por destruir, le construyó en sus mismos morros el de Totana. Sin atender con espantos a las cornadas que tiraba el animal al aire. Hizo vibrar las palmas de las manos de los que allí estábamos. A matarlo se decía la cosa. No pudo rubricar su meritorio trabajo, pinchando dos veces, ya que el toro le complicaba la entrada a matar, ya que no descolgaba apenas nada. Se fue a por el descabello, con el que acertó tras varios intentos. Se le premió con una ovación.
A portagayola se fue Calerito a recibir a su segundo, como si las nubes negras no cerniesen sobre la puerta de toriles tras menudos tres episodios. El toro que nació de ella fue negro, del hierro filial, no muy fino de cara, que sí de pitones, algo cortos. Le tuvo que aguantar en sus hinojos el sevillano, hasta que por fin le llegó a sus tierras, realizándole bien la suerte. Se puso por delantales tras metérsele por dentro el animal, que no fue capaz sin embargo de llevársele el capote de las manos a su torero, dejándole por esas aguas el mejor recibo capotero de la tarde, rematando a mano cambiada, erigiéndose sobre lo deslucido que hasta ahora derramó la tarde. El toro prometió, a pesar de no humillar en exceso, fue al que se le vieron mayores cotas de bravura en su andar. No muy buen trato se le dio en el caballo, siendo mala la colocación de ambos puyazos, repetidamente rectificada sin mucho éxito, lo que sangró al animal en exceso. Buena mano tuvieron los de plata en banderillas. Brindó Calerito al rejoneador Andrés Romero. Comenzó accidentadamente la faena muletera, con un mirar a los muslos que se convirtió en revolcón, sin consecuencias mayores que el ya de por sí duro pisoteo de un animal de ese talante. Pero se ordenó tras la tormenta. Dejándola puesta, suaveándole en las brusquedades y llevándolo muy toreado, el andar de Calerito fue de luz y mérito. Tras dos grandes series, le pedían la música, increpándole a los de Tejera que “la música es gratis”. Algunos le dijeron que se comprase una radio. Yo más que eso, le diría que la música no es gratis, que no se compra, pero que se la tiene que ganar uno. Y Calerito se la ganó, por derecho (y por izquierdo). El novillo era pronto si se le llegaba, además de seguido, y repetía, con el defecto de no humillar suficientemente, y de recordar los comienzos mirándole los muslos en algún que otro pasaje. Cerró por acompasados ayudados por alto, tanto erguido a compás abierto, como genuflexo. Tocaba matar. Puso media estocada atravesada que se fue escupiendo, necesitando un descabello para rodarlo. Se le pidió la oreja, pero por el mal uso de la espada, el presidente decidió no concederla. Dio la vuelta al ruedo.
El quinto, del hierro de la “C”, era colorado, morlaco en miniatura, bien armado y fuerte. No permitió más allá del mero lanceo por ambos pitones de cara al capote de Diosleguarde. Al caballo, fue sin mucho revuelo, apretando con fuerza como sus hermanos, eso sí, en ambos puyazos. Los rehiletes fueron debidamente colocados por la cuadrilla del salmantino. Ofreció la lidia y muerte del astado al público. Su obra en muleta no fue de altos vuelos, lo que no quita la disposición que ofreció entregándose en su andar por la cara del novillo. El burel no decía gran cosa por ser falto de casta, pero miraba las carnes de su lidiador. Se dio cuenta éste, aprovechando la oportunidad para acortar distancias hasta muy estrechas cercanías, trazando más con los muslos que con la muleta, ya que el toro tenía muy poco recorrido. No terminó sin embargo de llegar su disposición a los tendidos. Fue a por el acero, pinchando primero para luego poner una estocada entera, un punto trasera, que sirvió rápidamente. Se le ovacionó, pero el dichoso “COVID speaker” le interrumpió las palmas que premiaban su sudor y trago.
Colorado de capa, corto pero fino de cuerna era el último de la tarde. No quiso capote, brusqueándole a Jorge Martínez en la esclavina. Al caballo fue de forma discreta, cabeceando por instantes en ambos puyazos. En banderillas hizo patente sus malas intenciones, yéndose para los pechos de quienes lo lidiaban, corneando próximo a tablas a Juan Rojas, prendiéndole en la zona del vientre, sin aparente sangrado o destrozos pero con visibles molestias y posible varetazo. Se lo llevaron rápidamente en volandas a la enfermería. El novillo se mantuvo en sus trece, siendo de los más complicados de la tarde. Se volvía en dos patas, no humillaba ni una pizca, derrotaba hacia arriba y quería volver a hacer presa. Jorge Martínez anduvo muy digno delante de él, arrebatándole más de dos y tres muletazos pero sin ser capaz de ligar en demasía, pues a lo que lo intentaba se encontraba con los pitones del toro sedientos de muerte. Tuvo que ser conciso el murciano, yéndose sin tardar a por la espada. La puso, tardando en caer el cornúpeta, haciéndolo finalmente y ganándose la ovación de las gentes. Se fue a la enfermería tras saludar.
La novillada de los hierros de los De La Cámara salió mansa, antigua en lo malo y alimañoso. Tan sólo destacó un buen cuarto, al que Calerito le contó lo suyo, sin poder rubricarle suficientemente con la espada, lo que le hizo perder el trofeo, quedándose en una vuelta al ruedo. Manuel Diosleguarde demostró ante un lote muy complicado su saber estar y andar, su rodaje y capacidades. Jorge Martínez anduvo firme sobre sus dos novillos, prácticamente imposibles ambos, dejando escrita su hambre sobre los alberos. La entrada fue un tanto pobre, algo menos de media plaza según lo permitido.
Si duele es que no se está en un sueño. Hoy la tarde me pellizca, y me siento vivo en el dolor del día a día. También en los atardeceres, cada día más tempranos. En el frío, que empieza a rascar por las mañanas. Ha llegado el otoño y ni nos hemos enterado. Sevilla y sus cosas, supongo. Expriman el Sol mientras dure, ya tendrán tiempo de echarlo de menos cuando llegue el agua y casi ni escampe. De momento nos quedan unos días. Verso:
Exprimir el Sol es dicha
Del hombre que odia mojarse,
Pero el agua limpia los ojos
De las almas que evitan mancharse.
Martes, 28 de septiembre de 2021. Plaza de Toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. 9ª de abono de la Feria de San Miguel. Novillada con picadores. 6 Novillos 6, de Doña Rocío de la Cámara y Cortijo de la Sierra, para:
Juan Pedro García “Calerito”, de berenjena y oro, ovación con saludos y vuelta al ruedo tras petición; Manuel Diosleguarde, de verde hoja y oro, ovación con saludos y ovación; Jorge Martínez, de negro y oro, ovación con saludos en ambos.
Parte médico de Juan Rojas: “Varetazo corrido en la región inguinal derecha. Pronóstico leve. Le impide continuar la lidia.”
Parte médico de Jorge Martínez: “Contusión en la cara interna del muslo derecho y varetazo corrido en la cara anterior del muslo izquierdo. Pronóstico leve. Se traslada a su domicilio.”
Firmado: Dr. D. Octavio Mulet Zayas.