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Bernadó en mi niñez

Cuando Joaquín Bernadó debutó con picadores en Las Arenas de Barcelona, me faltaba un mes para cumplir un año. Y ya iba a los toros, en brazos de mis padres.

No sé si esa tarde estuve allí, pero sí sé que conforme iba cumpliendo años y yendo a los toros, a Bernadó lo vi muchas tardes, en Las Arenas y en La Monumental. Como lo vi en 1972, con seis miuras seis en La Monumental y le cortó las dos orejas al segundo de la tarde. Y también en aquella corrida del día de la Mercè de 1983 cuando su mozo de estoques le quitó el añadido y la Banda de Música de la plaza, la Popular Sansense, tocó una sardana y todos aplaudimos mientras llorábamos.

Pero regreso al territorio de mi infancia y allí está Quimet, porque también está Chamaco.

A Chamaco, como a Bernadó, lo vi primero en brazos de mis padres, luego ya de la mano, con ellos crecí.

Y conforme crecía, siete, ocho, nueve años…mi torero era Chamaco. Tanto, que no quería cortarme el pelo – cuando entonces, lo que hoy es calva eran rizos ensortijados- si no lo hacían en la peluquería donde- me decían mis padres, con la complicidad del peluquero, uno de aquellos peluqueros que, como el de las pelis de Garci, sabían tanto de la vida y sus cosas- acudía Chamaco. Nunca coincidimos.

Barcelona, la ciudad que más toros daba en el mundo mundial, andaba dividida entre el torero de Huelva y el “Noi de la Riereta” (nombre de la calle del barrio del Raval de Barcelona al que se trasladó la familia Bernadó desde su Santa Coloma de Gramanet natal). En las Ramblas, con el agua de la fuente de Canaletas como sonido de fondo, las gentes, en corrillos, hablaban de fútbol, de boxeo, de toros- de política no, claro, el franquismo, ya saben- , de Kubala, de Chamaco…también de Bernadó.

A Chamaco y Bernadó los enfrentó en el ruedo Pedro Balañá, tan sagaz, tan gran empresario. Y así, con otro nombre con el que completar el cartel pero en el que nadie reparaba, toreaban domingos y jueves, en Las Arenas y en La Monumental.

Chamaco, puro arrojo. Bernadó, pura elegancia; Antonio, arrebato. Quimet, finura. El de Huelva y su pase del fusil; el de Santa Coloma de Gramanet y su espada ¡ay, su espada! que tantos triunfos se llevó.

El “fenómeno Chamaco” duró unos años y fue languideciendo, jamás en la memoria de mi alma, mientras Bernadó sumaba temporadas, Madrid lo hizo suyo ( 75 tardes en Las Ventas ) y México también (200 corridas). En Barcelona, Joaquín Bernadó toreó 250 corridas, nadie lo ha superado. Transcurridos los años, conforme pasé de la niñez a los asuntos, Bernadó se me fue apareciendo como parte esencial de mi afición taurina, esa a la que, como tantos, llegué de la mano de mis padres. Por eso ahora, en su adiós, un halo de emocionada tristeza se funde con los recuerdos de aquellos años en los que ir a los toros en Barcelona no estaba proscrito.

Va per tu, Quimet!

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