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Bendita callejuela

Retorna un triunfal Talavante, brillando con él Roca Rey, cortando ambos tres orejas, saliendo los dos a hombros del albero decorado por Diego Ramos

Les juro que no es mentira, aunque esté feo jurar. La vida puede ser muy bonita si uno sabe dónde y cómo buscársela. Hoy, Arles, tan lejos y me siento de aquí, como en casa. Hoy las Arènes han amanecido nevadas. De arte. De rosa capote. Todo cuanto hoy puede acontecer, así como lo que haya podido pasar en las calles de esta gran ciudad, es arte. Desde una charanga a una comida, pasando por una plaza abarrotada, no hablando sólo del Anfiteatro. Por efímero que pueda ser. Diego Ramos es, si me lo permiten, el puto amo. Hacer arte de esta manera está al alcance de muy pocos. Y por si fuera poco, hoy vuelve el arte vestido de luces. Alejandro Talavante, no sé si les suena. Fue acabar el paseíllo, tras el Toreador de Bizet interpretado magistralmente por la banda, la soprano Muriel Tomao, y el coro Escandihado, posterior Marsellesa (los pelos de punta) y comenzó la tormenta de aplausos, como un rayo, constante y estruendosa, como un río revuelto pero que se mantiene en su cauce. Saludó Talavante. El albero dibujado comenzaba a difuminarse. Let’s go.

Salió al rato el primero de la tarde, de Garcigrande. Era un toro imponente de caja, algo basto quizás de tez, que no de pitones, finos y rematados. De capote se palpaba el hambre de los tendidos. Talavante, quieto como los cimientos del Anfiteatro, juntos sus pies, parados los relojes. Lento y templado, se iba muriendo la gente a su vez por cada lance que hacía brotar de sus manos. La plaza boca abajo, y sólo estábamos empezando. Entró al caballo de largo y sin colocación necesaria el toro en ambas entradas, apretando y peleando como lo hacen los bravos. Expresión. El varilarguero recibió los aplausos del graderío. En banderillas, se pudo ver una gran labor por parte de los hombres del extremeño, jaleada de nuevo por el populacho. Y llegó la muleta. Brindis a Arles. Serenidad, serían las manos. Una estaca se mueve más. El toro se rebosaba, repetía lance sí y lance también, absolutamente venido arriba. Las manos del extremeño serían su sino, haciendo todo cuanto estas le pidiesen. Le pidió querer, del que quema y duele, y vaya si le quiso. Sonaba “La Macarena”, marcha de Paco Lola, y me acordé de mi Sevilla. No es por ser rancio, a uno le gusta ver mundo, pero como en casa en ningún lado, y a pesar de los kilómetros, yo estaba viviendo una noche de Viernes Santo. A plena luz del día, y desde la piedra, imaginé la candelería ya casi derretida por el fuego y el rachear de los costales. Talavante hizo sonar las campanas. Lo vivió y lo contó, pero no remató suficientemente, pinchando una vez y finalmente matando con una estocada entera a la segunda. Oreja y palmas al toro.

Salió el segundo, también de Garcigrande, toro castaño, igualmente bien rematado de pitones y algo más fino que su hermano. En el capote de Roca Rey, el toro no se mostró muy sobrado de fuerzas, independientemente de las alturas, cayendo varias veces, por lo que el recibo no tuvo gran recepción en los tendidos a pesar de lograr ser estructurado. Al caballo entró presto de primeras, recibiendo un buen puyazo, lo que precisó dosificar algo más el segundo. En banderillas acortaba terrenos en el sesgo, lo que complicaba las labores, haciéndolas justamente resolutivas. Partió con la pañosa. Primeramente quiso allanar caminos, meter al toro en muleta, hacerse con él en definitiva. Pasaron un par de series o tres algo más transitorias, faltas de mayor transmisión por la insuficiencia de acople entre muleta y burel, hasta que pudo finalmente ligarlo a base de no soliviantarlo, dejando la muleta en la cara del toro y arrastrándola con cautela. El toro no se vino arriba excesivamente tras la lidia, por lo que repitió en caídas por momentos, aunque también en otros hizo por la muleta por abajo, dejando pasajes lucidos dentro de las series. Cuando ya no había toro ni faena, que no fue muy tarde, hizo por pegarse el arrimón, adornado por desplantes. Con el acero puso una buena estocada, tras la que el público le otorgó una oreja, pidiendo también la segunda, petición no atendida por el presidente, excesiva.

El tercero de la tarde era un “Adolfo”. Cárdeno, cómo no, y bien armado y cuajado. Talavante tuvo que limitarse a capotearlo con lidiadoras maneras. En el caballo se mostró bravo aun sin estar muy sobrado de fuerzas, saliendo algo trastabillado tras dos puyazos que peleó bien, a los que el picador recibió palmas. Las banderillas fueron magistrales en brega y pareos, grandísimos capotazos y rehiletes de ajuste y asomo, saludando ovación la cuadrilla. Era el turno de la franela. Comenzó la cosa callada, era labor de silencio y gasas, del ole que se espera. El toro era completamente nulo de fuerzas, así se le entrevió desde los inicios, acentuada ahora su debilidad. Se arrastraba a duras penas por el albero, habitualmente. Pero de la excepción murió por momentos la oscuridad, embebida por los excelsos, cadenciosos, profundos y sentidos muletazos que nacieron de las espontáneas embestidas de reserva del animal, gran reserva desde luego. Pero no levantaron al toro cuando se caía, ni eso ni nada, por lo que todo se medraba. Tuvo que acortar. Puso media estocada y un descabello. Fue ovacionado.

El cuarto, otro Adolfo, era despampanante. Fino y fuerte de caja, y con dos velas que podrían ir por sí solas para volver a descubrir América. Mera lidia de capote, no tuvo más que el remate. Al caballo acudía pero se dolía una vez allí, cayendo postrado, sin quitarse la puya al menos. A este albaserrada le costaba mantenerse en pie igualmente, y los capotes que se encontró no le favorecieron especialmente de primeras, derrapando en varios de ellos. Mejor se le vió ya en banderillas, donde hubo mejor lidia. La faena muletera fue de menos a más. Nada de lo que hacía por empezarse transmitía, requiriendo tiempo y paciencia. La falta de fuerzas era el principal impedimento, pero igual que su hermano, tenía sus teclas a tocar. Roca Rey lo fue moviendo y poco a poco encontró algo de sitio, pero no hubo gran cosa que hacer por su parte, más allá de conseguir ligarle algunos seguidos, que no es poco. No llegó a las gradas. El remate a la faena fue un bajonazo que rápidamente se le sacó del cuerpo, muriendo poco después. Silencio.

De capote, el quinto, último de Garcigrande, negro listón, grande, serio y astifino, no quiso saber demasiado. En varas, acudió impetuoso en ambas ocasiones. Las banderillas fueron bordadas en oro, exposición y buen hacer a partes iguales mereció la ovación cerrada de Arles. Ahí estaba Talavante con la muleta en la mano. No sé si es indecente o maleducado decirlo, pero permítanme contarles que me pasé con un nudo en la garganta la mayor parte de la faena. A diferencia de lo que a otras personas acontece, era un nudo llovido del alma, y no por pena o miedo. La Esperanza estaba conmigo. La inerte monumentalidad del toreo de Alejandro Talavante rompió a sangrar, y menuda fue la historia que nos contó. Amparado por los sones de “Callejuela de la O”, que bien parecía Tejera lo que sonaba en Francia, meció su muleta con la cadencia que sólo tienen los pasos de palio. Y si me lo permiten, los de Sevilla. A la vez que el agua a los ojos, me supo a naranjo en flor en una noche de primavera, permítanme la empalagosería. Permítanme emocionarme, señoras y señores. Hacía mucho tiempo que no sentía esos sones, y para colmo los acompañaba otra obra de arte, encerrada entre las telas de Talavante. El toro era el ruán hecho criatura, tenía una seriedad impactante, hasta brusca, en su ir y venir. Incansable. Increíble. La quietud se hizo madre con un torbellino delante. Para acabar su pieza, ramilleteó explosivas bernadinas, que pusieron la piel de gallina. Ya estaba dentro el palio. Cogió la espada. La puso un punto caída, pero efectiva. Lluvia de pañuelos. Las dos orejas, y la vuelta al ruedo al toro. Arles boca abajo.

El último de la tarde era de Núñez del Cuvillo, negro listón chorreado, ancho tela y no muy bajo, fino de agujas, hondo y especialmente carnoso. Parecía pintado por Rubens. Grandes capotazos le sopló Roca Rey de salida, conectando con los tendidos. La pelea de este toro en el caballo, a pesar de la irregular colocación de la puya en ambos encuentros, fue sin duda la mejor de la tarde en cuanto a empleo, fuerza y bravura. El picador recibió el calor de las palmas del público allí presente. Se vivió un intenso y bien bregado tercio de banderillas. Y llegamos a la muleta. El toro embestía con los respirares. Llega a pasarse un pájaro con un trapo en la boca, y se hubiera ido volando tras de él, pero quiso ser fijo, con la bravura como puerta al Cielo. Encastadísimo, pronto y profundo si se le pedía y exigía. Respondía todo y más. El planteamiento de faena por parte de Roca Rey fue intermitentemente inadecuado. Concentró sus esfuerzos en bajar la mano y relajar la postura, queriendo así llevarlo largo, desde distancias cada vez más cortas. Los mejores pasajes vinieron en series en las que se le llamaba desde lejos, se le tragaba y se le ganaba la acción. Por desgracia, esos cánones no se hicieron eje de la faena o al menos no suficientemente, y, por ende, al toro no se le vio del todo. Quizás podría haber vuelto al campo si otras hubieran sido las maneras. La cara de la moneda fueron varias series en las que se le pidió desde la distancia y se le siguió el ritmo. Pero la cruz fue la excesiva cercanía y la progresiva escasez de profundidades. No obstante, consiguió llegar muy remarcablemente a los tendidos, que disfrutaron mucho su labor, poniéndolos en pie. La cerró poniendo una estocada en el hoyo de las agujas, que lo rodó en escasos segundos. Dos orejas para Roca Rey, y merecidísima vuelta al ruedo al toro.

El encierro fue destacado por dos grandes toros: el quinto, “Bandolero” de Garcigrande, y especialmente, el sexto, “Rosito”, de Núñez del Cuvillo. En segunda línea, pero también muy bravo estuvo el primero de la tarde, de Garcigrande también. De los de D. Adolfo Martín sólo podrían destacarse las grandes embestidas sueltas que regaló el inválido tercero, y detalles del cuarto. Las cuadrillas brillaron, dando Fiesta. Talavante se llevó la tarde, pudiendo haber cortado cuatro orejas cortando finalmente tres por el mal uso de la espada en el primero. Roca Rey levantó también a la gente de sus asientos, cortándole una a su primero y dos a su último. Gran ambiente, gran atmósfera creada por Diego Ramos y por la música. Es una verdadera alegría ver toros por fin a plaza llena y sin la obligación de llevar mascarilla. Apuntemos y levantemos de una vez la voz en España, que esto se puede hacer ya de ya, y no se acaba el mundo por ello. Rompamos las cadenas de una vez.

Ya no quedan más que retazos de lo que fuere un cuadro en el albero. Eso ve el ojo de primeras, dándose cuenta finalmente de que el verdadero cuadro, la verdadera obra de arte, es la que quedaba al final sobre las arenas. La abstracción no es clara, y nunca lo será. Nunca se escribirá sobre ella lo suficiente. Igual pasa con el toreo, además siendo eterno este. Somos arte. La vida en sí. Les digo me verso y me voy, para que éste se quede con ustedes.

Dios quiera y su alma que el aire
Amaine esta noche en mi puerta,
Que yo por volver hoy a verte,
La pienso dejar abierta.

RESEÑA

Sábado, 11 de septiembre de 2021. Plaza de Toros de las Arenas de Arles (Francia). Corrida goyesca. 3 Toros de Garcigrande, 2 Toros de D. Adolfo Martín y 1 toro de Núñez del Cuvillo en mano a mano para: Alejandro Talavante, de azul rey y oro, oreja, ovación con saludos y dos orejas; y Roca Rey, de blanco y azabache, oreja, silencio y dos orejas.

Incidencias: se le dio la vuelta al ruedo a “Bandolero”, de Garcigrande, lidiado por Alejandro Talavante en quinto lugar, nacido en 2016, herrado con el nº121, y a “Rosito”, de Núñez del Cuvillo, lidiado en sexto lugar por Roca Rey, nacido en 2017, herrado con el nº161. Al finalizar el paseíllo, sonó el Himno Nacional de Francia, “La Marsellaise”.

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