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Arte en Marfiles II: «Naturalezas ocultas. Pepete, Jocinero, Valdés Leal y un grosella y oro»

Verdadera naturaleza muerta es aquella que cobra vida propia en lo inerte. No será por nada que Yung Beef le manda saludos a todos los seres inertes de este universo en lo que A.D.R.O.M.I.C.F.M.S 1 echa a rodar.

Jocinero era de Miura, como para no serlo en su estampa, naturalmete decimonónica y de una vez por toda acompañada por los tiempos en figura. Berrendo en capirote, dígase blanco con la cabeza y cuello con manchas que hacían predominar al negro. Sus pitones, valientes aguijones de avispa, envenenados puñales que más de un kinki batallero, con campanas por pantalones, hubiera querido para defenderse del hambre y el mono en lo que rondaban los 70 en nuestro país. Le tocó a Pepete morirle, más concretamente a su corazón, que poco más pudo hacer que partirse por la mitad apabullado por el marfil.

Grosella y oro pintaron la leyenda de quien preguntó al doctor si “¿es algo?” en lo que expiraba sin saberse en su dolor. José Dámaso Rodríguez y Rodríguez murió aquella tarde de 1862 en Madrid, pero a Pepete le tocaría morir dos veces más en nombre y alma, malditos ambos por la letra y el percal.

Con la solemnidad del sepulcro de un mártir, los trastos del fallecido, junto con su terno grosella y oro, reposan con el mismo alma que ausenta la prenda, viva ella aún, con halos de infinito, prevaleciendo sobre la carne como lo hizo la Cruz en el Gólgota, firme y solitaria. Colores tan vivos aun ahogados en la sepia de la fotografía son los que guardan el luto para la muerte de lo místico, la subida del héroe a las más elevadas alturas, el que se quedará con su sangre en los alberos. Callan, pero viven.

A la vera, Valdés Leal. Imperialidad. Sombría pero barroca, pobre pero rica, oscura pero deslumbrante. “Finis Gloriæ Mundi”, El Fin de las Glorias Mundanas. Reposa vestido en las mejores túnicas y engalanado en las mejores joyas un roído esqueleto, rodeado de tesoros y mayor marfil igual al suyo propio, apilado todo en la lejana cercanía. Sostiene los tiempos una balanza, “Ni Mas / Ni Menos”, sostenida a su vez por manos divinas, dueñas del tiempo (eso me quiere sonar).

Artes como los que hoy expongo serían clasificables como los cuales capaces de dejar a cualquiera sentado como sentó Rodin al bronce en París. Tema principal pero jamás explícito: muerte. No sólo como quietud eterna, como noche profunda. Más bien como realidad que a todos nos es igual, y por tanto mata toda jerarquía con su presencia.

Las glorias mundanas expiran con el último aliento de quien las vive, a quien se le mueren billetes y piedras preciosas, cortijos y fama. Toda materia se va, no es más que la sombra de su propio fin. Se va con la luz del Sol que hace el día en donde los muertos en la vida ven el final, y tan sólo lo eterno se queda. Parte por lo tanto la carne, quedando todo salpicado de alma regada en sangre, quedando por siempre en lo místico del recuerdo pintado y escrito. Quedan la gracia y el lance, mueren el pecado y el miedo.

No es casualidad que la muerte se persone en el mismo toro. Es la mano en la balanza, es la sepia que embebe todo color que se le antoja, no por ello matando, a veces creando paletas nuevas, otras balanceando hacia donde se le antojan los aires. Pero sólo le veremos en el ruedo. Demiurgo ibérico, naturaleza oculta.

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