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«À tout a l’heure!»

La terna al completo corta dos orejas en el broche final a la Feria del Arroz de este año, en el que los toros de Jandilla dieron una tarde muy entretenida

La última y nos vamos, o eso parece. La nostalgia puede hacerse con alguien hasta en momentos en los que aún no se ha dicho adiós. Despedirse de algo que te ha hecho sentir, por mucho que sea un hasta luego, duele horrores. Este es un sitio especial. Tan mágico como grotesco, tan luminoso como nublado, caluroso, frío, seco o lluvioso. Es la Gymnopédie de Satie, es À demi-nue de Saian Supa, es un quejío por la noche o una charanga por la mañana. Es escarpia en la piel y lluvia en las pupilas. Es lo que se muere en el alma cuando un amigo se va, es el hielo agonizante de la copa. Es un manguerazo de agua fría. Me dueles, Arles. Y hoy te me estás muriendo en mis días, te nos vas de la Fiesta. Pero sabes que aunque me duelas te quiero. Como las peras a los peros. Palabra de caballero. Te cantaremos de nuevo todos juntos, aunque nos echen de tus calles a patadas. Nous serons de retour.

El primero de Jandilla era negro listón, muy fino de astas y de caja cuajada. Frío de primerísimas, lo fue calentando Antonio Ferrera en su capote ramilleteándole expresivos lances. El caballo fue de espectáculo, por primera vez en toda la feria se picó a lo largo y no a lo ancho, ganando mucho en distancias. Acudió con tesón en ambas entradas, yéndose para los bajos con todo para mandar al corcel a las mismísimas nubes. Dos grandes puyazos, muy intenso el primero y un segundo más reservado. Tras el caballo, el toro salió algo trastocado, perdiendo las manos en repetidas ocasiones. El público le pidió banderillas a Ferrera, que no quiso atender petición. El tercio de palos se basó en las cortas distancias, en salir a buscarlo y tragarle la salida, lo cual supieron hacer debidamente los de plata.
Comenzó la tragicomedia ferreriana, digna de rosas blancas al menos para el que escribe. Es necesario. Se enredó a su manera con el burel desde el principio de la faena, cargando cada lance de expresión pura y dura, sin filtro que valga. El toro era pronto y obediente pero tenía brusquedad en su entrada al embroque. Había que templarlo, y así lo hizo Ferrera tras un par de series, suavizando las asperezas del animal. Comenzó a sonar su pasodoble, amenizado por el cante de la soprano. El toro comenzó a rebajar en fuerzas, especialmente. Hizo la croqueta en cierto momento, y todo. Hubo una laguna para ambos en medio de la faena, en la que el toro chocó mucho con la muleta y Ferrera por tanto no compuso. No obstante, resucitó de entre los muertos, dándole al toro un fin de fiestas que ya lo quisiera cualquier flamenco para él. Erguido, lento, clásico, a pies juntos. Como mejor torea. Quiso rubricar recibiendo desde cerca, pero pinchó en dos ocasiones. Finalmente puso media estocada, que sirvió para echarlo. Le llovieron palmas del público.

De los toriles salió el que hacía segundo, negro, sin un kilo de más, terciado y astifino. De capote Miguel Ángel Perera le andó hacia los medios en busca de espacios, donde respondió mejor en embestidas. El caballo fue justo, sin más, empujando bien en dos puyazos no muy intensos. Buena mano de los hombres del extremeño en banderillas. Comenzó a escribir su obra Perera pegado a tablas, sin turbarse. El mando empoderado es el color que el diestro quiso usar como base para su lienzo. La labor se desarrolló por bajo, intentando conducir y vaciar la embestida del toro en todo momento. Demostró Perera gran manejo de las distancias, haciendo al toro venir desde donde se le antojaba, dándole espacio cuando se lo pedía, cercanía cuando precisaba. La cosa tocó los abismos, con Perera en una baldosa, tragando como él sólo, empezando con circulares para acabar con luquecinas de infarto que levantaron al personal de sus asientos, tocando techo justo antes de la espada. Pues bien, la puso en su sitio. En cuestión de instantes el toro ya había dicho adiós a Caronte. Las dos orejas del animal para el torero.

El tercero portaba el hierro de Vegahermosa. Era negro de capa, muy astifino y enmorrillado. Se dobló con el capote Emilio de Justo para salirle hacia los medios de la plaza, aliviando los apretones y mandándole embestir por abajo, rematando luego con una arrebatada media. Al caballo entró hasta tres veces, la segunda fue de rebote del primer puyazo, aguantando bien los envites aparentemente. Morenito de Arles, cómo no, en casa, fue profeta en su tierra, a pesar de las complicaciones que se le aparecieron en lo que sesgaba hacia la cara del animal. Saludó una fuerte ovación tras parear. De Justo cosió un comienzo catedralicio en magnitud e inmensidad, genuflexo, poderoso. El toro iba que daba gusto verlo, rebosado, por abajo y por derecho. El cacereño, ya erguido, derramó muñeca y cintura por todo el ruedo, dejándolo embebido con tan sólo una tela sostenida por lo que algún día fuere parte de un árbol. Su hacer tuvo intensidad hasta el final. De arriba a abajo, trazó nubes en la arena soleada. Puro, puro, puro. Y además despacio. Cuando al toro le faltó final de embestida, se puso zapatillas con pitones a buscarle las cosquillas, manteniendo a las gentes de Arles y a todos nosotros los forasteros con él. Se gustó, eso seguro. En algún amago de derrote se envalentonó, alargando su sombra más aún. Quiso sentirlo para contárselo a los demás. Acabó de disparar su primera bala por abajo, adornando con trincherazos, luego doblándose con él de nuevo. Llegaba la muerte. En esas le puso una estocada casi entera, pero en el sitio. Una oreja fue la ofrenda que recibió.

Salió efusivo el cuarto, este sí del hierro titular, castaño, alto de cara y bajo de lomos. Aire le dio de salida Ferrera con el percal en las manos. De nuevo se colocó el caballo a lo largo del óvalo, y en ambas ocasiones acudió muy pronto al peto, dando y viviendo Fiesta. Palmas al piquero, y al toro, sobre todo. Parecía que no, que Ferrera se iría hoy sin poner un solo palo. Se hizo de rogar. Un resplandor e hizo ¡pum! Y ya estaba aquí la guerra. Ferrera, los palos; los palos, Ferrera. Las Arenas se quitaron el prefijo para quedarse en Teatro. Hay quien usaría esta terminología a modo de improperio, pero, ¿para un servidor? Gloria bendita, niña. Puso a la plaza boca abajo, con uno al sesgo, otro desde su casa, y uno al quiebro tras citarle de rodillas. Pura “performance” que dirían los autodenominados modernos. Siguió Ferrera, ahora franela en mano. ¿Qué contar de su faena si a mí me la contaron? Me la contó él, tal que con el dolor que imprimía en cada muletazo que le soplaba al aire. Tras la música que primero mandó a cambiar de tema y posterior pasodoble de los de toda la vida, tras ellos se encuentra la verdad, contada por Antonio Ferrera. Dicen que se retuerce, y en muchos momentos es innegable. Pero es que cómo torea. Torear según lo que me enseñaron es hacer sentir a través de la confrontación con el toro bravo, y es algo que Ferrera hoy hizo sin despeinarse, para todos cuantos allí estuvimos. Le bajó la mano al toro para encaminarlo, luego por arriba si el animal lo pedía, manejándole en las medias alturas principalmente, que era lo que pedía. A veces el toro se mostró flojo, no respondiendo con las fuerzas suficientes, perdiendo las manos de cuando en cuando. Su figura es el patetismo, el bello, el término de los antiguos. Como corriente artística. Antonio Ferrera no es lo que nosotros vemos. Es su cuerpo. Y tras de ello está también el verdadero Ferrera. El que torea, el que siente. No remató su faena como Dios mandaba, poniendo primero un bajonazo al metisaca haciendo la suerte a larga distancia como suele hacerlo, para finalmente terminar aquello con una estocada en buen sitio que de una o de otra le hizo echarse. El público le pidió las dos orejas al presidente, quien las concedió. Excesivas, a mi parecer, por el mal uso de la espada.

Para pintarlo era el quinto. Negro burraco y salpicado. Con dos velas como dos culebras. Perera lo tuvo que lancear pragmáticamente para ganarle los terrenos de salida, pues arremetía respirándole al torero en los alamares del traje de luces. En varas fue un caballo peleón de actitud, aunque no pudo expresarse al completo por haber hecho del tercio un trámite. En banderillas, da gusto ver trabajar a grandes subalternos como los que trabajan con Perera. Cuando acabaron, el de la Puebla del Prior se dirigió a Sergio Rico, allí presente, portero del Paris Saint-Germain (del PSG, vaya), para brindarle la faena que estaba por venir. Se fue a los medios a esperarlo como quien espera a su novia bajo su balcón un día de lluvia, y nada más lo sintió, el morlaco fue a su jurisdicción. Altos vuelos desde allí, pasándoselo por la espalda como suele, prosiguiendo luego largo y con mano baja, poniendo a las gentes con los pies en la arena. Prometía aquello, pero el toro comenzó a rajarse y apagarse sin tardanza, sin dejar muchas opciones. Perera, al ver esto, hizo por remediarlo con un despido por luquecinas, a las que les faltó mayor compás y embestida, por lo que no transmitieron demasiado. Se fue a por el acero, que puso de media, por lo que tuvo que descabellar, acertando a la primera. Saludó una ovación.

Negro de capa, de estampa más recogida, incluso un poco pequeño de cuerpo, no de pitones, era el último de la tarde y por lo tanto de la feria. Fue intenso en el capote, incluso algo pegajoso, resolviendo bien Emilio de Justo. Al caballo se fue nada más verlo, tomando puyazos más intensos que lucidos, los cuales trabajó desde la sombra. Se le dio buena lidia en el tercio de banderillas, lo que el toro agradeció con creces. Muleta doblada en mano, ayuda aparte, Emilio De Justo se dirigió a Álvaro González, jugador del Olympique de Marsella (es de los míos, se peleó con Neymar) para brindarle la muerte del burel, que a medio brindis casi se lo lleva por delante. No sé si me absorbió el aura que rodeaba a la faena, si me fui de romántico o si estoy colgado y ya está. Lo mismo hay algún chiflao que me da la razón, pero creo que De Justo dejó con este grandísimo toro de Jandilla una de las faenas de la temporada. El toro era excepcional, exigente y recompensante ante las manos sabias. Este quería volver al campo, simplemente no se dio. Ambos pitones eran increíblemente bravos: el derecho era más brusco pero humillado y rebosado, más rítmico y cañero, y el izquierdo era pura elegancia, caricia que no tardaba en recorrer la espalda, pero que te ponía los pelos de punta. De Justo puso al izquierdo como eje de su obra, faltándole quizás más juego por el derecho, no obstante, por él dejó también series pantagruélicamente artísticas, puras y sentidas. Excepcionalidad, excelencia. Escándalo, jaleo del bueno. No se me olvidará nunca ni el inicio rodilla en tierra ni el final por trincherazos. Qué grande es el hombre, y qué chico es el mundo. La faena fue larga, no merecía menos, pues daba el de los marfiles para rato. En más de una, dos y tres plazas, hubiera visto sin duda el pañuelo naranja. Le faltó un poco, supongo. Me cuesta escribir y razonar en caliente, perdónenme ustedes. Yo no lo pedí. Me iré con el recuerdo. La pena fue la espada, que puso caída, por lo que el toro tardó en caer (agonizó durante un buen rato, no correspondía descabello), y el público consideró una vez muerto que la faena era de una oreja. Injusto, viendo el devenir de la tarde, sin duda alguna para mí. Se lo cuento a ustedes que me escuchan, era de dos. Vuelta al ruedo al toro, de las de verdad, de las de peso.

Decir de la tarde que cada torero se mostró humano en sí mismo, con sus verdades por delante, virtudes y defectos. Fue la de hoy una tarde honesta, que lució con los de Jandilla, que dieron juego bravamente con la pega de la escasez esporádica de fuerzas en algunos de los toros de la tarde, que al menos se emplearon en el caballo como se debe. Destacó obviamente por encima de todos ellos el último de la tarde y de la Feria. Nos hizo sentirnos vivos. Pena de entrada, sólo media plaza. Pero gran ambiente. Se nos va la temporada por estas tierras.

Sobra decir más palabra que la música que suena mientras el Cielo de Arles se muere. Uno sabe dónde pisan unos pies que volverán, uno sabe qué no se irá nunca. Yo me voy, pero mi letra se queda, y mil años viva que quiero que mi letra me pase sobradamente en años. Soñaré mientras me deje la vida, mientras ustedes me lean. Gracias de verdad, a todos. Hasta la próxima. À tout a l’heure!

Me voy
Pero
Pronto
Volverá

ARLES

Domingo 12 de septiembre de 2021. Plaza de toros de Arles (Francia). 6 Toros 6, de Jandilla y Vegahermosa para Antonio Ferrera, de blanco y azabache, silencio y 2 orejas; Miguel Ángel Perera, de grana y azabache, 2 orejas y ovación con saludos y  Emilio de Justo, de cobre y azabache, oreja y oreja.

Incidencias: Última de la Feria del Arroz. El 6º toro de la tarde de Jandilla, número 42, 508 kg, fue premiado con la vuelta al ruedo. Tras parear al tercero de la tarde, Morenito de Arles fue premiado con una fuerte ovación, la cual saludó.

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