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10 años sin Chenel

Se cumple una década de la desaparición del clásico torero madrileño que marcó a varias generaciones

Los que no tuvimos el privilegio de verle torear descubrimos primero al personaje a través de cientos de retransmisiones en televisión con Manolo Molés. Aprendimos las supersticiones de Antoñete, que llueve en Las Ventas cuando los nubarrones amenazan por Toledo, que con un pase de pecho es suficiente para cerrar una tanda, que a los toros acuden muchas mujeres guapas, que cuando está para uno tiene que ser pronto y en la mano. Tantas sentencias que marcaron una forma de analizar el comportamiento de un toro.

Diez años sin un maestro que se convirtió en una referencia para las nuevas generaciones presentes a no haberle visto torear. Diez años sin un torero de toreros del que bebieron grandes toreros. Una década sin el clásico Torero de Madrid, con lo que eso implica.

Antoñete tuvo una vida de novela. Nació en 1932, la Guerra Civil llevó a su familia a pasar grandes penurias. Su padre fue monosabio en Las Ventas pero su gran valedor fue su cuñado, Paco Parejo que le acogió en su casa, en la propia plaza en la dura posguerra. Una noche en el programa de Los Toros de la Cadena SER recordaba como siendo un crío el torero que más le impresionaba era Manolete. Una tarde entre el bullicio de aficionados y fotógrafos logró acercarse al monstruo para rozar el traje de luces con sus brazos. Parejo le puso en la parte sería del Bombero Torero. Balañá lo vio en el campo y apostó por él. Sus inicios estuvieron muy ligados a Barcelona pero Madrid fue la que siempre le dio la categoría para estar en la primera línea del toreo.

Cada uno de sus éxitos vino seguido de algún inoportuno percance. Muchos de ellos roturas de huesos. Antoñete perdió el ánimo en muchas ocasiones pero lo recobró en cuanto sintió la oportunidad de expresar el toreo como lo sentía, con toda su pureza, con todo su asentamiento.

Para la historia dejó grandes faenas en una trayectoria llena de remontadas. Inmortalizó a ‘Atrevido’ de Osborne con una obra que no pierde absolutamente nada con el paso del tiempo. La tarde de su resurrección con los toros de Félix Cameno cuando ya había decidido hacerse banderillero. Seis Puertas Grandes de la catedral del toreo.

Torero de clase, persona sensible. Bohemio, generoso, sencillo y amante de la vida. A su ‘slogan’ se siguen acogiendo muchos de los que sueñan con dar naturales como los de Antoñete, el del mechón blanco: «Torear, amar, fumar, jugar y beber son los cinco pecados capitales que se han permitido las grandes figuras del toreo en toda su historia».

Dicen que no supo irse a tiempo. Su afición no le permitía recoger los trastos y dejarlos en una esquina de su vida. Tomó la alternativa en el año 1953 en Castellón de manos de Julio Aparicio con Pedrés como testigo. Se mantuvo en activo hasta 1975 alcanzando la cúspide en 1966 pese a que sus lesiones de hueso limitaron mucho sus temporadas. Decidió volver en 1981 pese al escepticismo de sus partidarios que le recibieron con frialdad en Las Ventas. Tuvo unas temporadas gloriosas convirtiéndose en el torero de la ‘movida madrileña’. En esa época atrajo a la fiesta a jóvenes que habían desconectado del toreo desempolvando la verdad en las suertes. En el 85 se retira. Después tuvo varias reapariciones, unas con más éxito que otras.

Su calidad estuvo marcada por su obsesión por enganchar los toros por delante, por darle distancia, por colocarse perfectamente para ligar. Logró aportar su sello a la media verónica, al desprecio, a los doblones, a los naturales de seda y a tantas suertes que realizó con pureza. Un torero muy completo, espejo de grandes artistas de la tauromaquia. Elegante, seductor, nocturno y con un especial sentido del humor. Un personaje irrepetible que parece mentira que nos dejara hace ya diez años.

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